¿Qué ha sido lo más difícil que le ha correspondido enfrentar en estos 33 años como Obispo?
En primer lugar, creo que hay que dar gracias a Dios, porque este es un ministerio que es Gracia, que es Don de Dios. Cuando era sacerdote nunca pensé que me iban a llamar al Episcopado, y cuando me llamaron sentí una gran sorpresa, pero al mismo tiempo una gran disponibilidad, porque uno se hace ministro de Dios para servir donde la Iglesia lo llame.
Momentos difíciles, los ha habido y muchos, en 33 años hay mucha vida y mucha historia.
Pero quizás lo que más recuerdo, son aquellos momentos durante el gobierno militar en que muchos católicos no entendían la misión de la Iglesia de estar en la cercanía con los que sufrían, con los que independientemente de si tenían o no fe, eran perseguidos por sus ideas, esa no comprensión del ministerio pastoral de estar cerca del que sufre por un gran porcentaje de católicos partidarios del gobierno militar fue un gran dolor, porque nos reveló que quizás como Iglesia no supimos dar la formación adecuada para que todos entendieran que el deber de la Iglesia siempre es estar cerca de los que sufren, sin importar quienes sean.
¿Cuáles son los momentos más significativos?
Los momentos significativos y de gozo en el ministerio durante estos 33 años y los 13 anteriores, como sacerdote, son muchos, y no tienen mayor publicidad. Cuando una persona viene angustiada donde el pastor y le cuenta su drama y uno lo único que hace es escuchar, acoger, ponerse en el lugar de esa persona y decir una palabra lo más evangélica posible para ayudarla y que esa persona al final se retira y dice: ‘gracias por lo que usted ha hecho por mí’, es una gratificación muy grande.
Ahora si uno habla de hitos relevantes en la vida del ministerio, en todas las diócesis que he estado: Concepción, Talca, Osorno y ahora en Rancagua, he vivido momentos de mucho gozo. Sin duda, que la visita de Juan Pablo II, en Concepción, donde me correspondió asumir la presidencia de la Comisión fue una tarea muy importante: tenerlo entre nosotros, en todo el país y, especialmente, en Concepción donde yo trabajaba en esa época. Esa misa con los trabajadores en el Club Hípico de Talcahuano, fue un momento inolvidable en mi vida ministerial.
Monseñor, usted fue ordenado obispo a los 39 años, qué significó en ese momento aceptar esta gran responsabilidad?
Durante siete años fui el Obispo más joven de Chile, hoy, soy el Obispo más antiguo no el más viejo, todos los que hoy trabajan en la Conferencia Episcopal fueron nombrados en forma posterior a mí. La vida es así, los años pasan. En esa ocasión, cuando fui llamado sentí una gran sorpresa; manifesté las razones por las cuales en consciencia pensaba que no debía asumir esta gran responsabilidad, pero el Nuncio Apostólico que en nombre del Papa me comunicó esta noticia, dijo que mis razones no eran suficientes y me dio 24 horas para que rezara en la presencia de Dios. Recuerdo que cuando me ordené sacerdote le pedí dos cosas a Dios: que nunca rechazara lo que Él, a través de su Iglesia, me pidiera, y segundo, me diera la gracia más allá de mis limitaciones, la fidelidad a mi vocación hasta el último día de mi vida; y por pura gracia esto ha sido así. Por eso, acepté, porque si Dios me pidió esto, Él me iba a dar su gracia, su ayuda, su fuerza, y así lo he podido comprobar en estos 33 años, consciente sí, de mi pecado, de mi propia debilidad, pero confiado en la gracia y en la misericordia de Dios.
Monseñor usted se ordenó bajo el lema: ‘Cristo es mi vida’. Este lema ¿qué significado tiene y cómo lo ha llevado durante todo este tiempo?
Cuando un sacerdote es llamado al Episcopado, elige un texto bíblico o del magisterio de la Iglesia que sea la inspiración de su vocación y de este nuevo llamado. A mí siempre me ha entusiasmado la vida de San Pablo y él a los filipenses les dice que “Cristo vive en él’ y señala ‘Cristo es mi vida”. Cuando yo escogí este frase como lema, lo escogí como un gran anhelo, que, sin duda, sigue siendo siempre un gran anhelo, en el sentido de que Cristo estuviera siempre en el centro de mi existencia, que lo único que me moviera en mi ministerio fuera la fidelidad a Jesucristo y el Evangelio, yo no quisiera tener ningún otro Señor, ningún otro inspirador que no sea el Hijo de Dios. Por eso digo que es una inspiración permanente, porque uno nunca puede decir que vive según el querer de Cristo, porque siempre está la debilidad y la fragilidad humana, pero ese anhelo sigue en el corazón, y confío en la gracia de Dios de poder mantenerlo y procurar vivirlo hasta los últimos días de mi existencia.
Monseñor, en estos 33 años, usted que ha estado en varias diócesis y siempre las anda recorriendo, ¿recuerda alguna anécdota?
Cuando llegué aquí a Rancagua, hace ya nueve años, llegué como Obispo coadjutor, y una anécdota que repetía mucho cada vez que iba a una comunidad a presentarme, y todos me preguntaban qué significaba coadjutor (jurídicamente, el auxiliar no tiene derecho a sucesión, en cambio, el coadjutor sí, por enfermedad o por edad, en este caso fue por edad); yo les explicaba bromeando que el auxiliar cuando llega a la oficina, pregunta: Obispo qué tengo que hacer hoy; en cambio, el coadjutor entra lo ve sentado en el sillón de su oficina y pregunta ¿Cómooo amanecióóó hoy?
Y otras muchas anécdotas más.
Ahora, cuando era cura joven, tenía 27 años, iba a hacer misa a una población en Punta Arenas, y ese día como tenía tiempo me fui caminando por unas calles por las que nunca andaba. Con los años entendí que eso me lo inspiró Dios. Entonces, cuando iba caminando una joven de unos 15 años corre a mi encuentro, me abraza, y me dice ‘padre Alejandro, ayúdeme. Estoy embarazada, no estoy casada y mi madre llamó a una persona para que hoy en la tarde me haga un aborto. Le respondí: vamos a conversar con tu madre. Esa criatura nació, después preparé a esa pareja para el matrimonio, y bauticé al niño, y ella tuvo cuatro hijos más. Hoy esa criatura tiene 45 años e hijos. Ese episodio yo sentí que fue una caricia de Dios: Él me hizo ver la utilidad del ministerio: es un puente para traer paz al corazón de la gente. Son innumerables los casos similares en la vida de los sacerdotes y los obispos.
Monseñor, ¿cómo evaluaría estos 33 años como obispo?
La evaluación final es de Dios, no es mía, pero sí puedo decir que he sido muy feliz. Tengo la convicción más honda de que lo que he vivido como ministro de Dios, primero como sacerdote y luego como obispo, es lo que Dios quería para mí. En eso radica la felicidad en este mundo, porque en clave de fe, Dios tiene un plan para cada ser humano. Y el plan que Dios tenía para mí era que yo me consagrase a Él y que sirviese a la gente por amor a Él y eso es lo que he tratado de hacer y espero hacer hasta que Dios me dé vida y salud. Eso no quiere decir que uno no haya tenido problemas y dificultades e incomprensión. Desde el punto de vista de la salud yo he tenido varios problemas; desde la incomprensión sobre todo durante el gobierno militar, los obispos fuimos acusados de marxistas porque defendíamos a la gente que sufría, pero eso es parte de la vida; lo que le da gozo es estar en lo que uno está, como el que está casado y está feliz con su matrimonio, eso es en clave de fe descubrir el camino de Dios. Y en ese sentido, yo he sido muy feliz y dentro de mis posibilidades he tratado de hacer el bien, y bueno, me someto al juicio misericordioso de Dios al final de mi vida.