Queridas hermanas y
queridos hermanos:
“Reciban todos gracia y paz de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús, el Señor”.
(Fil 1,2)
Ustedes, en su bondad y cercanía, han querido congregarse hoy en nuestra Catedral para orar por este hermano, pastor de la esta Iglesia Particular de la Santa Cruz, para compartir la Acción de Gracias con ocasión de la celebración de mis 50 años de sacerdote. Gracias de corazón.
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Saludo a los laicos, mujeres y varones, aquí presentes y que representan a miles de hermanos de toda la Región del Libertador, que con su vida en medio de las realidades temporales y su claro compromiso de fe testimonian su fe y su amor a Jesucristo el Señor.
Saludo especial a mis hermanas y hermanos, colaboradores directos de mi misión pastoral, que sirven con abnegación en las diversas tareas del Obispado de Rancagua.
Saludo fraterno a todas las mujeres y hombres consagrados en la vida religiosa y/o secular y que con su entrega al Señor testimonian la radicalidad del seguimiento de Cristo, como el Único Señor.
Saludo de hermanos en la misión, a los queridos diáconos permanentes, sacerdotes diocesanos y religiosos que sirven generosamente en los diversos campos apostólicos de la VI región.
Saludo a los queridos seminaristas, que con esperanza y espíritu de entrega se preparan para servir al pueblo de Dios.
Saludo a las apreciadas y distinguidas autoridades comunales, provinciales, regionales y nacionales, que se unen a nuestra acción de gracias al Señor. Por todos ustedes oramos, por su servicio al bien común, de manera especial por su preocupación por los más vulnerables de la Región.
Saludo a mis queridos hermanos Obispos, tanto los presentes como los que no pudieron venir, por su fraternidad y compromiso eclesial. Saludo especial a los Sres. Cardenales Francisco Javier Errázuriz Ossa y al actual Presidente de la CECh y arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati Andrello.
Saludo a mis queridos familiares, a los presentes y a aquellos que por la distancia geográfica no han podido asistir a esta celebración eucarística, que con su cariño y cercanía han querido acompañarnos.
Saludo finalmente al Sr. Nuncio Apostólico D. Ivo Scapolo, representante del Padre de la cristiandad el Papa Francisco. Su presencia, Sr. Nuncio, nos hace patente la comunión de toda nuestra Iglesia con el Sucesor de San Pedro, principio y fundamento visible y perpetuo de la unidad eclesial.
2. Gratitud a Dios y los hermanos. |
¿ Qué sentimientos afloran en mi corazón en esta fiesta jubilar?.
Son muchos y variados, pero el más importante es el de la gratitud a Dios y a los hermanos.
Gratitud a Dios en primer lugar. De Él proviene todo bien. De Él se recibe el llamado “Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes” nos ha recordado San Juan. El profeta Isaías recuerda que “el Espíritu del Señor está sobre mí, sepan que Él me ha ungido. Me ha enviado con un buen mensaje para los humildes, para sanar los corazones heridos, para anunciar a los desterrados su liberación y a los presos su vuelta a la luz”. (Isaías 61, 1)
En toda vocación hay un llamado – sin ningún mérito propio - es simplemente una elección por amor de Dios, para entregarle la vida entera con la fragilidad propia de la condición humana. Una elección y un llamado que se expresa en una consagración radical para luego ser enviado a la misión evangelizadora de dar a conocer la persona de Jesucristo y su proyecto del Reino de Dios.
¡Dios amado por sobre todo! ¡Dios como el Único Señor, el Supremo Bien, el sentido de toda la historia humana!.
También gratitud a los hermanos. En estos 50 años Dios me ha colocado a vivir mi sacerdocio y a servirlo, primero como sacerdote en Punta Arenas (1966-1979), en Concepción (1979-1991), en Talca (1991-1994), en Osorno (1994-2003) y en Rancagua (2003 hasta el presente).
Puedo testimoniar el apoyo, cercanía y amistad madura de hombres y mujeres, laicos, consagrados y pastores de la Iglesia, que con su vida, su amor al Señor y a su Iglesia, sus consejos y críticas fraternas me han ayudado a ser lo que por vocación estoy llamado a vivir.
Por eso, en esta acción de gracias, hay muchos rostros presentes, a quienes quiero hoy colocar ante el Altar del Señor.
Quiero traer un solo rostro. Una mujer de Dios, madre y esposa. Tenía apenas 29 años y mi Obispo me encomendó la misión de ser párroco en Punta Arenas de una parroquia periférica y muy poblada. Leonila – era su nombre – me vio muy joven, inexperto y me dijo que rezaría siempre por mí. Yo le pedí que me ayudara a ser cura y me advirtiera de mis fallos. Y así lo hizo con amor durante mis 10 años de párroco antes de ser Obispo.
Un día llegó la tragedia a su hogar. En su trabajo su querido esposo se perdió en los mares australes junto a dos compañeros. Pasaron muchos días de angustia hasta que se recuperaron sus cuerpos. Me tocó ir a decirle a Leonila en su hogar que el cuerpo de su esposo estaba en la morgue y que podríamos darle cristiana sepultura. Mientras caminaba a su residencia pensaba que palabras de consuelo y esperanza le diría. Toco el timbre, ella sale a la puerta y ahí mismo el consolado y evangelizado fui yo. Con dolor y sufrimiento, pero con una gran fortaleza y fe, sin que yo dijera palabra alguna me abraza y me dice citando el libro bíblico de Job: ¡Padre Alejandro! “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, sea bendito el nombre del Señor!”.
A lo largo de estos 50 años ¡podría traer tantos rostros – como el de Leonila – que con sus vidas de fe, de amor, de esperanza, de vivencia profunda de Jesucristo, me fortalecieron en mi propia fe y en mi propia vocación. ¡Dios sea bendito por todos ellos!.
Tengo la convicción más profunda que los hermanos creyentes, especialmente los laicos, son un apoyo fundamental en la vida de nosotros los pastores. Laicos maduros y sana y fraternalmente críticos, que con su palabra, y con amor, nos colaboran para vivir la vocación que hemos recibido.
3. Cristo es mi vida. |
Y finalmente, una palabra de cara al presente y a nuestro mundo actual. Nos inspira la palabra de San Pablo en su carta a los Filipenses. Nos dice “Cristo es mi vida”. Quien lo ve a Él ve al Padre (Juan 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia. En las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido se revela el verdadero rostro de Dios. “En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ella encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo lo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón”. (Misericordiae Vultus, 9)
En este año jubilar de la Misericordia, ¿cómo anunciar el gozo de Jesucristo y el proyecto del Reino de Dios. ¿Cómo ayudar a nuestros hermanos hoy a comprender que realmente Cristo es nuestra vida, que es nuestro Salvador y Señor? ¿Cómo presentar la fe cristiana en nuestra sociedad actual que se desliza hacia la indiferencia y el olvido de Dios?.
Nos responde un destacado teólogo y pastoralista. “Se trata de proponer sin imponer, despertar las conciencias sin buscar dominarlas, dar testimonio de un sentido, sin esperar que sea reconocido por todos, anunciar la fe cristiana en medio de múltiples mensajes: “Si tú quieres”, repetía Jesús. Lo mismo la Iglesia: su misión es hacer una llamada a la libertad de las personas y a su conciencia” (jean Rigal).
Por ello, nuestro amado Papa Francisco nos llama con mucha fuerza a una renovación evangélica de la Iglesia. Nos dice: “Quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría de Jesús e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años (Evangelii Gaudium 1).
Nos invita a recuperar la frescura original del Evangelio. Ello supone volver al encuentro personal con Jesucristo. “Invito a cada cristiano – nos dice Francisco - en cualquier situación que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. “Cristo es mi vida” nos ha dicho San Pablo. Debe ser también mi vida, la tuya, la de todos nosotros creyentes. Jesús es el centro, es el Señor.
“Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla y, finalmente, su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan”. (Evangelii Gaudium, 264)
El convencimiento de que Cristo es nuestra vida y la vivencia real como centro de nuestra existencia y que nos vean entusiastas, seguros, enamorados de Él y de su proyecto del Reino, es la mayor garantía que otros se entusiasmen y lo sigan, lo amen y vivan el Evangelio.
Vivir y anunciar lo esencial del Evangelio es lo fundamental en nuestra misión. El mayor problema se produce – según el Papa – “cuando el mensaje que anunciamos aparece identificado con aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo”. (Evangelii Gaudium 34)
El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de Dios. Reino de Dios que ya está presente en el mundo. El Papa nos recuerda que “una auténtica fe, que nunca es cómoda e individualista, siempre implica un deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos la humanidad que la habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos… la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Todos los cristianos también los pastores, están llamados a preocuparse por la construcción del mundo”. (Evangelii Gaudium 181).
Concluyo esta sencilla reflexión con parte de una hermosa oración del venerado sacerdote Esteban Gumucio cuyo proceso de beatificación se ha iniciado. La oración se titula: “Sigo a un hombre llamado Jesús”. Puede ser tu propia oración, la mía, la de todos nosotros.
“Sigo a un hombre que me cogió
por el centro de la vida,
por mi profunda interior raíz,
por lo mejor de mí mismo.
Sigo a un hombre que me quiere libre, sin cadenas.
Sigo a un hombre que, siendo mi Señor,
es mi mejor amigo.
A Él le reconozco por el calor de la verdad,
por su pecho herido,
entregado, abierto,
que me hace vivir hermano de todos…
Déjenme que les diga:
Ese es JESÚS, el Maestro que nos llama”.
A Él, la gloria y el honor, por los siglos de los siglos. Amén.