Monseñor, el próximo 27 de mayo usted cumple 37 años de ordenación episcopal, ¿cuál es su sentimiento frente a este nuevo aniversario?
Efectivamente el 27 de mayo de 1979 fui llamado por el Papa Juan Pablo II a ser consagrado Obispo en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. De eso ya han pasado 37 años. Frente a este don que Dios me regaló en la Iglesia, sólo cabe una palabra de gratitud, porque Dios se ha fijado en uno en medio de toda su indignidad, pero lo ha escogido para esta misión sacerdotal y episcopal, que ya está culminando. Como todo el mundo sabe, presenté mi renuncia por edad, y el Papa me dijo en enero de este año que continúe un tiempo más, pero evidentemente estoy en la fase final de mi ministerio. 37 años han sido muchos años, con muchas alegrías, también con sufrimientos, pero siempre con el anhelo de ser fiel a Jesús y al Evangelio, que es el norte de mi vida. Lo único que pido a la comunidad creyente, porque no va haber celebración especial -hace poco hemos celebrado las bodas de oro de mi aniversario sacerdotal- que me siga acompañando con su oración para que Dios me de fuerza para seguir hasta que el Papa lo decida y para que pueda ser fiel hasta la hora de mi muerte al don y a la vocación que Dios me ha regalado.