Monseñor, ¿Qué ha pasado el último tiempo con la comunicación en la familia?
El Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Comunicación, que celebramos hace algunas semanas, puso este tema como reflexión para todo el mundo creyente y para las personas de de buena voluntad. Es evidente que en el mundo de hoy, como nunca, tiene una capacidad de comunicación, a través de los medios modernos como facebook, internet, entre otros, sin embargo y, a pesar de eso, una buena comunicación no siempre existe entre las personas que viven y conviven diariamente. Me ha tocado la experiencia de ir a centros médicos en que cada uno está conectado, pero no hay conexión con el que está al lado y cada uno se aísla en su mundo virtual. El Papa pone justamente la advertencia en aquello, porque en definitiva, que es lo que provoca una relación entre personas, entre esposos, entre los padres y sus hijos, es una comunicación verbal, acompañada del afecto, del cariño, y eso no lo van a reemplazar nunca las realidades virtuales. Por eso, el Papa nos advierte que la familia es el centro fundamental donde se viven las relaciones humanas en profundidad, donde cada uno se interesa por el otro, donde se trata de conocer y profundizar en lo que agrada al otro para tratar de satisfacerlo, y cuando eso es mutuo, entonces surge el verdadero amor, la preocupación de unos con otros. Por eso es interesante profundizar el mensaje del Papa sobre todo en la vida familiar, para que la familia sea realmente ese lugar de encuentro entre esposo y esposa, entre padres e hijos, y para que cada uno aporte lo específico que tiene para la unidad de esta célula base de la sociedad, como es la unión de un hombre y una mujer y los hijos que son fruto de esa expresión de amor.
Monseñor, ¿A qué nos llama Jesús con su mensaje?
Jesús en el Evangelio justamente nos enseña a tener estas relaciones interpersonales profundas. Lo más importante en la vida es amar, y para amar se necesita conocer y para conocer se necesita profundizar en las razones que cada uno tiene, que lo mueven en su existencia. Por eso el mandato de Jesús de amarnos los unos a los otros como Él nos amó a nosotros, debe darse fundamentalmente en el seno de la familia. La experiencia histórica señala que cuando un niño crece en un hogar donde se siente amado por el papá, por la maña, por los hermanos, es una experiencia que le va a favorecer en todos los caminos de la vida. En cambio, lo vemos diariamente en los medios de comunicación, jóvenes que viven una situación compleja de delincuencia, de rebeldía sin mayor sentido, es porque no ha tenido precisamente en el seno del hogar esa capacidad de recibir y dar amor, de ser acogida y acoger. De ahí que si hay un lugar donde el mandato de Jesús: de amar al prójimo como a nosotros mismos, debe darse de manera preferente es en el seno de la familia y en cada uno de sus miembros, y allí debe brotar la comunicación de entender al otro, de ayudar al otro, de comprender al otro, para que sea cada vez más lo que está llamado a ser por vocación: un ser humano pleno y para nosotros un ser humano cristiano pleno.