Es costumbre en muchos lugares de nuestra patria y del mundo entero, representar a la Virgen María, con un gran manto, bajo el cual se encuentran muchas personas, desde Papás, reyes, hombres y mujeres, niños, jóvenes y anciano… Esta imagen nos ayuda a entender por qué desde siempre los cristianos la hemos visto como amparo y refugio de los hombres pecadores, donde acudimos a protegernos en momentos de mayor dificultad y para que ella nos ayude a cumplir todo lo que su hijo Jesús nos dice.
Es el caso de la Virgen del Carmen, quien con su escapulario café y su capa blanca, es una señal que ella nos refugia, ampara y envuelve con su amor maternal. Ella es la llena de gracias (Lc 1,28), a la que todas la generaciones la llamarán bienaventurada (Lc 1,48) . La Iglesia nos enseña que ella ocupa después de Cristo el lugar más alto y más cercano a nosotros. Pues ella por la gracia de Dios ha sido exaltada a lo más alto del cielo y coronada como la madre e intercesora de toda la creación.
De ella podemos decir que pasó por este mundo sin hacer mayor ruido, tuvo una vida oculta en Nazaret, donde seguro sobresalía como una buena madre, una buena vecina, buena amiga, amable, cariñosa, respetuosa y con gran espíritu de servicio. A los ojos del mundo nada fuera de serie. Pero a los ojos de Dios la Virgen María fue grande y por eso Dios la hizo su mejor socia de su hijo en la obra de la redención. También la vida de muchos hombres y mujeres, que trabajan en el anonimato, como ser la dueña de casa, el obrero del campo, el pescador, el estudiante, el hombre y la mujer consagrada, ellos no son portadas de los diarios y nadie los aplaude. Pero seguro que ante Dios son encontrados dignos hijos amados y bendecidos por Él.
“Es voluntad de Dios que todo lo obtengamos por María” (J.Pablo II, R.M. N°26). Ella ocupa el rol de mediadora entre nosotros y su hijo Jesús. Con su intercesión María se pone en medio, o sea, se hace mediadora pero no como una persona extraña, sino como Madre y desde ese rol puede hacer presente a su hijo las necesidades de los hombres. A la Virgen nos dirigimos con la máxima confianza: le contamos todas nuestras penas y alegría, triunfos y fracasos, angustias y necesidades, con la misma sinceridad y abandono que lo hacemos con nuestra madre terrenal. A ella le podemos decir: Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, intercede y salva a los hombres y mujeres, familias, trabajadores, jóvenes y niños, sacerdotes y religiosa de nuestra patria que claman a ti.