Los que tenemos el don de la fe celebramos el acontecimiento central de ella: la Resurrección de Jesucristo, es el único caso de la historia que alguien ha vencido la muerte. Por eso nuestra fe está puesta en Él como nuestro Dios y nuestro señor. La resurrección nos da la esperanza que todo puede ser diferente, porque el mensaje que nos enseñó Jesucristo es el mensaje de respeto a los demás, de mayor justicia social, de dignificar a todas las personas especialmente a los más humildes. Entonces todos lo que tenemos el don de la fe debemos tener la gracia de ser coherentes y trabajar para que el Reino de Dios, que tendrá su plenitud en el cielo, comience aquí en la tierra. Todo lo que podamos hacer para dignificar y hacer crecer a los seres humanos en dignidad es fundamental; y aquellos que no tienen el don de la fe pero que quieren servir y trabajar por el bien de los demás, también están incorporados a esta gran corriente por una vida mejor para todos. La resurrección es la fuerza que nos anima para servir, trabajar y procurar vivir el Evangelio que es fraternidad, paz, justicia y amor. Que Dios nos ayude, a creyentes y no creyentes, a vivir según estos grandes valores que el resucitado nos enseña con su vida, con su muerte, con su resurrección.
La fe en el Señor Resucitado implica asumir que todas las realidades: las alegrías y las penas; la salud y la enfermedad; la vida y la muerte, encuentran un sentido pleno. Acabo de leer una novela muy hermosa, que es la historia real de un obispo vietnamita que estuvo encarcelado 13 años en una soledad espantosa y lo que le ayudó a vivir fue precisamente esa esperanza tremenda, la fe que él tenía en Jesucristo resucitado, que el mal será vencido por el bien, que la muerte será vencida por la vida, que el odio será vencido por el amor. Esa es la fe que nos anima y que le da sentido a nuestra fe. San Pablo dice que ‘si Cristo no hubiese resucitado, nuestra fe no valdría para nada’, y luego dice: ‘pero si Él resucitó venció a la muerte estamos llamados como Él a vivir como resucitado y a trabajar por un mundo que sea expresión del reconocimiento de Dios, como padre, y del llamado a ser hermanos unos con otros. Por eso el verdadero cristiano no puede vivir de cualquier manera, debe vivir al modo y estilo de Jesús, trabajando en este mundo por un mundo mejor, que vaya anticipando ese cielo que se ve en la plenitud de vida junto a Dios, Padre Hijo y Espíritu Santo.