• El 15 de enero de 2007, por gracia de Dios, llegaron a formar parte de la Iglesia diocesana de la Santa Cruz, las Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento.
Fueron ocho Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento las que llegaron a Santiago el lunes 15 de enero de 2007, desde México, siendo acogidas por el Obispo de Rancagua de esa época, monseñor Alejandro Goic y varios sacerdotes. Ahí, luego de un descanso se trasladaron a Rancagua, hasta la calle Lídice 450, donde se encuentra hasta hoy su monasterio. El recibimiento fue en grande, con mariachis incluidos, y una celebración Eucarística.
Comenzó la gestión de traerlas a Rancagua, monseñor Javier Prado A. (obispo de Rancagua, emérito desde abril 2004, fallecido en el año 2020) y su llegada se concretó cuando encabezaba la Diócesis monseñor Alejandro Goic.
Desde su llegada han recibido el cariño de fieles y sacerdotes y ellas han entregado mucho amor y bien también. Les entregamos algunos testimonios de alegría por su presencia en la diócesis desde hace 15 años.
Testimonios
- “Hace 15 años, un grupo de Religiosas de hábito blanco y rojo escapulario llegaron hasta nuestra Diócesis de Rancagua. De su natal México llegaron a fundar un monasterio que, en el corazón de la ciudad, nos recuerde a los rancagüinos que Dios vive en medio nuestro. Las queridas religiosas Adoratrices, con su vida consagrada nos enseñan que Dios debe ser servido sobre todo y que merece toda adoración y gloria. Junto a las labores que realizan las Hermanas para subsistir, lo más importante de sus vidas es estar junto al Señor alabándole e intercediendo por el mundo, por todos nosotros. Como obispo, doy muchas gracias a Dios por poder contar con la presencia de las Hermanas Adoratrices en medio nuestro y por lo que ellas significan para toda la Diócesis con su aporte de oración e intercesión”. Monseñor Guillermo Vera, obispo de Rancagua.
- “Le doy infinitas gracias al Señor por haber puesto en nuestro camino este monasterio de madres Adoratrices en la vida de mi matrimonio y familia, pero especialmente para mí ha sido salvación constante, creo que nunca alcanzaré a dimensionar la grandeza del Amor de Dios derramado aquí. Es auxilio del Señor, es consuelo del Señor, es guía del Señor, es su brazo poderoso salvándome. Y también es un poder seguir con profundo amor la riqueza de la liturgia de la Iglesia regalándose a mí y a esta Diócesis. Muchas gracias por vuestra generosidad queridas madres”. Verónica Allende.
- “Para mí, tenerlas en Rancagua, ha sido encontrar un lugar donde se goza de paz, amor y profundo encuentro con Dios Sacramentado. Siento a las madres como familia, que acogen siempre con amor y alegría. La verdad un tremendo regalo del cielo que estén en nuestra Diócesis, sabiendo que contamos con ellas siempre, incluso en tiempos tan difíciles como la pandemia, pudimos recibir la comunión lo que fue el más grande regalo en tiempos de tanta confusión y dolor, esta congregación me da un ejemplo de amor y entrega absoluta a Dios Padre”. María Teresa González.
- “Cuando llegamos, como matrimonio, invitados a participar de la vida espiritual de la Congregación de las Hermanas Adoratrices nuestra vida tuvo un giro sorprendente… y es que el sólo hecho de estar en una Hora Santa o en medio de su estilo de vida monástica, siempre en adoración y contemplación, nos fue transformando, haciendo ver nuestra cotidianeidad como un algo que debíamos fortalecer y practicar de una manera más consciente. Es así que con la ayuda, acogida y ejemplo de fe y perseverancia de las hermanas entramos en un proceso de amor ante el Santísimo acompañándolas en la Adoración. A través de estos quince años nos hemos sentido parte y familia de las hermanas y el Monasterio, haciendo nuestro también el gozo de vivir en adoración. Por medio de esta adoración, hemos ido descubriendo y escuchando a Dios en cada nuevo día de una forma tangible y grandiosa… y hoy, desde esta nueva vereda, contemplamos nuestra vida con un mayor grado de alegría, confianza y esperanza. Esta entrega, en silencio y oración nos ha traído grandes satisfacciones y hermosos regalos santos. Agradecemos infinitamente a las Madres Adoratrices por su vocación y oraciones por el bien de todos nosotros. De verdad, muchas gracias por estar aquí en la ciudad de Rancagua”. Edgardo Valenzuela e Ingrid Graindorge.
- “Es una bendición que ustedes estén aquí, un regalo para mí y mi familia. Ustedes con su encanto y delicadeza y testimonio me acercaron más a Dios. Ese amor a Jesús Eucaristía al venir a este Monasterio a misa ya cambia algo dentro de uno, tener la oportunidad de recibir a Jesús en su Cuerpo y Sangre ¡¡¡Maravilloso!!! Me enseñaron a hacer adoración, contemplar, palpar su cercanía y protección divina. Agradecida de cada una de ustedes, sembraron una semilla en mí que cultivo cada día para ser mejor persona. Este Monasterio para mí es mi refugio de puro Amor. Recordar la enseñanza que me dieron una vez, que Jesús estaba en muchas Iglesias o capillas solo y a veces abandonado es una frase que me recuerdo y siempre que paso por alguna Iglesia lo saludo y rezo. Como no recordar a hermana Lupita, me enseñó la devoción y el rosario a la Virgen de los dolores el cual rezo siempre. Gracias Señor por traer a las hermanas a mi Vida”. Vilma Rojas.
- “Han pasado muchos años desde que llegué por primera vez a visitar el Monasterio junto a mi esposa, de a poco, día a día, comencé a conocer a Dios, en el Santísimo Sacramento, las hermanas con su bondad, cariño y cercanía espiritual me enseñaron que el poder de la oración es infinito. Durante momentos difíciles de mi vida, me he sentido muy apoyado espiritualmente por ellas. “El Monasterio”, un hermoso lugar de oración de encuentro con Dios, en el cuál en el silencio de la mañana me permite encontrarme con Dios, poder orar, agradecer todo lo que me ha regalado en la vida. Gracias, hermanas, por permitirme cada mañana participar de la Santa Misa y momento de oración con ustedes”. Jorge Villa Pereira.