El amor a la Virgen María es una tradición que viene desde el primer siglo del Cristianismo. Ella es la discípula predilecta de Jesús y del Evangelio, ella es reconocida como la Madre de Dios. Ella prestó su cuerpo cuando fue llamada por el ángel para que de ella naciera el Redentor del mundo por obra del Espíritu Santo. Es una dimensión única en la historia humana y del Cristianismo. Por eso, desde el primer siglo y hasta hoy, se venera a la Virgen María por su entrega total a la voluntad de Dios y porque ella nos ha traído al Redentor del mundo. La devoción a la Virgen del Carmen en nuestra Patria la tuvieron los primeros forjadores de nuestra historia, los padres de la Patria y es una tradición, gracias a Dios, se perpetua a lo largo de toda nuestra historia En este día domingo en cada una de las parroquias se celebra esta misa en su honor y especialmente en aquellas parroquias que están bajo su advocación Nuestra Señora del Carmen. Amar a la Virgen y venerarla significa también comprometernos con lo que ella vivió el amor a la vida, respeto a la dignidad humana, la preocupación por los más pobres y por los que más sufren. Todo eso, ella lo canta, en ese maravilloso himno que cada día la Iglesia canta en el rezo de vísperas: “Mi alma engrandece al Señor y ha realizado en mí grandes maravillas”. Ese es el amor profundo que los creyentes tenemos a esta mujer maravillosa.
Sin duda que la Virgen María tiene mucho que decir en relación a ese tema. Ella es madre, es esposa, ella cuidó a su hijo con amor. Y lo que se ha estado produciendo en estos años y especialmente este año con los niños del Sename, es un drama que nos duele a todos. Lo más valioso que tenemos son nuestros hijos y especialmente aquellos que por circunstancias complejas deben vivir en hogares. Lamentablemente hemos escuchado y comprobado situaciones de indignidad, de falta de respeto a sus derechos fundamentales. Por eso es absolutamente imprescindible que el Estado busque caminos de renovación, y para los que tenemos el don de la fe, es una exigencia del Evangelio hacer que los niños en los hogares sean respetados en su dignidad, que el Estado coloque los recursos que se necesitan para ayudarles en su crecimiento. Ellos también deben tener asistencia profesional adecuada para ayudarles a salir de los traumas que les ha dejado no tener una familia estable y bien constituida. Por lo tanto, invito a la sensibilidad de todos, especialmente a los que tenemos alguna responsabilidad en la sociedad para que se encare el problema con profundidad y busquemos que realmente los hogares de menores sean lugares dignos, libres de toda situación de abuso hacia los menores y que, sobre todo, veamos en cada uno de estos niños al mismo hijo de Dios que sufre en cada uno de ellos. El cristiano no puede estar al margen y debe intentar buscar una solución adecuada en un tema que nos ha hecho sufrir tanto, como la situación de los hogares de menores.