Desde hace muchos años, la Iglesia celebra un domingo especial por la acción misionera, porque en definitiva la esencia de la Iglesia es ir al mundo, Jesús lo dijo y San Mateo lo recoge al final de su Evangelio, cuando Jesús hablándole a los apóstoles antes de su ascensión les dice: ‘vayan por todo el mundo, anuncien el Evangelio, bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñen a los que van a bautizar a cumplir todo lo que les he mandado’; y la promesa final de Jesús es: ‘Yo voy a estar con ustedes hasta el final de los tiempos’. Por lo tanto, ese mandato de Jesús que recoge San Mateo es esencial en la vida de la Iglesia en la medida en que procura comunicar a cada pueblo, a cada región y a cada persona el anuncio de lo que Jesús hizo y dijo para la redención del mundo. Entonces, la Iglesia que es esencialmente misionera dedica en el mes de octubre un domingo que, en este caso, es el 22, para recordar esta realidad fundamental de la Iglesia y procurar llegar con ella a cada rincón de la tierra y a cada persona. Por eso, es un día de oración y de ofrenda para ayudar a los misioneros que están en lugares donde el Evangelio ha sido poco predicado y donde todavía la comunidad eclesial no está plenamente instalada.
El documento de “Aparecida” señala y define al cristiano católico como discípulo misionero, es decir, aquel que ha conocido, que cree y que ama a Jesucristo y que procura seguir su mensaje y vivir como Él nos enseñó no puede callar, tiene el deber de anunciarlo a otros. Por lo tanto, “Aparecida” nos define como discípulos misioneros, no sólo a aquellos que van a Asia, África o países donde el Evangelio no ha llegado. Cada uno de nosotros en el ambiente que vive y si tiene el don de la fe y ha descubierto el tesoro que significa seguir a Jesucristo de una u otra manera debe anunciarlo en su entorno, en su familia, en sus relaciones, en sus amistades. Entonces todo bautizado es un discípulo y es un misionero, y lo que nos pide este Domingo Universal de Misiones es que recemos porque la oración es la fuerza que llega al corazón de Dios para que esa acción que los misioneros realizan en el mundo encuentre corazones abiertos que acojan el mensaje de Jesús. Sí así lo creemos y lo viviéramos en serio, el mundo sería otra cosa, sería una tierra de hermanos y ese es el compromiso para que en verdad seamos eso, discípulos misioneros de Jesucristo.