Por medio de estos puntos, queremos leer la política a la luz de los principales presupuestos teológicos de la fe cristiana, y levantar conceptos que nos ayuden a comprender la realidad de la cual somos testigos y protagonistas.
1. El sentido histórico de la actividad política desde la Encarnación
Sin duda el misterio de la Encarnación del Verbo, constituye una de las grandes novedades del cristianismo respecto a otras religiones. Ahora ya no es el hombre el que se acerca a Dios, sino que es Dios mismo quien asume la condición terrena para poder entrar en un diálogo fructífero con el género humano. Jesucristo es llamado por los Sinópticos el “Emmanuel”, el Dios-con-nosotros, con lo cual se hace énfasis en esta relación. Jesucristo, es la palabra que Dios tenía que decir al mundo al final de los tiempos (ver Hb 1).
Jesucristo al pasar a formar parte de la historia, viene a dar sentido a la vocación terrena del hombre. No por nada el Vaticano II sostiene que a la luz del Verbo Encarnado se comprende el misterio del mismo hombre (Cf. Gaudium et Spes 22, Vaticano II) Dios en Jesucristo recorre nuestros caminos, conoce nuestras esperanzas, temores, nuestro ser partícipes de una determinada sociedad. Por la Encarnación, todo lo que es histórico fue iluminado de una u otra forma por Jesucristo, todo puede adquirir un valor cristiano.
La política se asume como socialización, como promoción del bien común desde el respeto, la igualdad, la solidaridad. Lo que el cristiano, el creyente, debe realizar siempre a la luz de la Encarnación, es “tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común” (Gaudium et Spes 75, Vaticano II) Jesús asumió la vocación de estar encarnado en los problemas de su tiempo.
2. La propuesta profética del anuncio de las buenas noticia y de la denuncia de las estructuras que van en contra de la libertad y de la igualdad
Queremos rescatar el aspecto profético, ya que este presenta esa doble relación existente entre el anuncio de buenas nuevas y por otro lado, las denuncias de aquellas estructuras que van coartando las libertades de los hombres. Es interesante comprender que el profeta bíblico no se presenta como el adivino que proyecta sus predicciones hacia futuros desconocidos, sino que es un hombre o una mujer que tiene un claro sentido social, encarnado en la historia de su pueblo, y que puede leer los acontecimientos temporales y discernirlos a la luz de la fe y de la Palabra revelada en la historia.
Los profetas utilizan conceptos sociales, políticos, culturales, económicos o religiosos para expresar la voluntad de Dios, el cual se posiciona en la línea de los excluidos de los sistemas. Desde esta opción, el profeta anuncia la voluntad de Dios que fundamentalmente es el respeto por la dignidad humana. Junto a esta proclamación de buenas noticias, el profeta denuncia aquello que va en contra de lo que anteriormente hemos expuesto, de aquello que coarta las libertades.
El mismo Jesús retomará la línea profética del Antiguo Testamento en el anuncio de un tiempo favorable y de un Evangelio dirigido especialmente a los marginados del sistema judío: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. (…) Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy” (Lc 4, 16-19.21) Consideramos que este texto refleja el ‘programa político’ de Jesús, político en el sentido de entablar relaciones humanas desde los procesos de liberación de los pobres. Lo que Jesús declara está “realizándose en hechos históricos liberadores”, ya que “anuncia su cumplimiento pleno y lo impulsa efectivamente a la comunión total” (Bucciarelli, 1974, p. 178).
3. La actitud escatológica desde el compromiso histórico y político que se realiza en el ‘ya’ de la historia pero que tendrá su consumación en el ‘todavía no’
¿De qué manera vamos a entender la escatología? La escatología nos habla de la esperanza que se aloja en el tiempo presente pero que se va proyectando a lo que será el futuro. Es un llamado a la espera, pero también a no dejar de lado el devenir histórico. La escatología debe provocar un compromiso histórico que dé testimonio de la esperanza del Reino. El creyente debe establecer un juicio crítico sobre la existencia y, en palabras del Concilio Vaticano II, auscultar los signos de los tiempos.
La escatología cristiana nos aporta una visión nueva sobre la realidad, en donde el esperante cristiano está proyectado en dirección del futuro esperado, pero con la exigencia de permanecer en constante vigilancia de las realidades presentes, en las cuales y a pesar de la presencia del Reino, evidenciamos señales de muerte y opresión, especialmente con los sectores más excluidos. Lo que aquí se promueve es una praxis escatológica basada en la justicia y la libertad, ambas implicadas en la promesa de la resurrección.La escatología es pues “una protesta contra el mal, contra la injusticia social reinante. Por otro lado, esta teología también expresa la esperanza en la nueva creación donde la plenitud de la vida humana será la concreción histórica de la eterna voluntad de Dios” (Ocaña, 2008, p. 12)
Concluiremos el apartado de escatología y política con el nexo que nos presenta el Vaticano II. El Concilio provocó una revalorización de la historia como lugar teológico en la cual los hombres son interpelados a escuchar la voz de Dios que resuena en el tiempo. A partir de esto, se establecen también diferentes lineamientos desde los cuales se invita a la comunidad a actuar desde los desafíos que comporta el mensaje de Jesús. Es así como “surge una pregunta decisiva también para la escatología, a saber, la de una concepción cristiana del quehacer político” (Noemí, 1988, p. 59). Por ello, las iglesias deben ser conscientes de la necesidad de un discernimiento teológico encarnado en la historia, de manera de visualizar los signos de la presencia de Dios, de manera de que viendo nuestra realidad seamos capaces de juzgarla desde los principios del Evangelio y del Reino y actuar favorablemente ayudando a concretar el gran kairós o tiempo oportuno que representa la liberación y la dignificación de los sujetos sociales que se concretará, en el todavía no de nuestro peregrinar transitorio por las sendas del mundo y la cultura pero que ya debe estar comenzando desde el compromiso para con ellos mediante la construcción de un espacio común sustentable.
Referencias:
- Bucciarelli, C. (1974). Realidad juvenil y catequesis. Central Catequística Salesiana: Madrid.
-Noemí, J. (1988). Sobre el enfoque escatológico del Concilio Vaticano II y su vigencia en la teología católica. Teología y Vida, XXIX, 49-59.
-Ocaña, M. (2008). Lectura teológica-apocalíptica del tiempo latinoamericano. Signos de vida, 48, 11-14.
Autor: Juan Pablo Espinosa Arce es Estudiante de Pedagogía en Religión y Filosofía en la Universidad Católica del Maule. Agente Pastoral de la Parroquia El Sagrario y colaborador regular de la Revista Rumbos.