Monseñor, ¿Cuál fue el objetivo de su viaje a Colombia?
En Colombia se celebraron, entre el jueves 23 hasta el domingo 26 de agosto, los 50 años de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que se reunió en Medellín el año 1968, oportunidad en que se escribió un documento que orientó la vida de las Iglesias latinoamericanas desde fines el año 60 en adelante; y que fue un esfuerzo por tratar de traducir la originalidad, genialidad y el impulso que trajo a la Iglesia universal el Concilio Vaticano II (1962-1965), que había concluido tres años antes, en Roma, y que fue una renovación eclesial importante.
Monseñor, ¿En qué consistió esta celebración?
Es una reunión donde van delegados de todas las Conferencias Episcopales de América Latina y también otras personas que consideran que es fundamental recordar este acontecimiento. Se desarrollan distintas instancias de reflexión; exposiciones sobre algunas aspectos de este documento de Medellín y la incidencia e influencia que tuvieron estos aspectos en la conducción de la vida de la Iglesia en América Latina.
Monseñor, ¿De qué forma este documento se aplicó a América Latina?
Una de las consecuencias más importante fue establecer como preocupación de las iglesias locales, el vínculo de la misión de la Iglesia -que siempre es evangelizar y transmitir el mensaje de Cristo- con la situación histórica que estaba viviendo cada una de las iglesias particulares. Este documento puso en evidencia un elemento muy significativo de la vida de la sociedad latinoamericana, que era la situación de la pobreza, marginalidad e injusticia social que vivía buena parte de nuestro continente. Estamos hablando de una situación de hace 50 años, que era mucho más difícil en términos promedio en todo el continente; y la idea era cómo el mensaje de Cristo podía iluminar la vida de las comunidades y las personas viviendo en situación de pobreza, marginación e injusticia. Ese fue un foco muy fundamental del documento, que permitió que la Iglesia en América Latina buscara caminos de diálogo y servicio en esas circunstancias y que, por ejemplo, permitió que en Chile durante los años de la dictadura miliar hubiera una Iglesia cercana a aquellas personas que más sufrían.
Monseñor, ¿Cuáles fueron las temáticas de reflexión en esta oportunidad?
Fueron distintos aspectos del documento de Medellín, por ejemplo, la situación de la sociedad latinoamericana de ese entonces y de ahora, las principales conclusiones y cómo éstas orientaron el trabajo de la Iglesia en América Latina. La reflexión apunta a la dimensión social y eclesial y también a otro aspecto más intraeclesial, es la pastoral de conjunto y orgánica, para consolidar un trabajo en equipo.
Monseñor, ¿Cómo se puede extrapolar las conclusiones de este encuentro a la realidad de nuestro país y nuestra diócesis?
Todavía no están las conclusiones, pero creo que nos puede ayudar mucho en la Diócesis de Rancagua, primero para generar siempre una mirada de servicio al pueblo de Dios y toda la gente que vive en la región y a tener siempre una preocupación por los más pobres y más necesitamos. Se entregaron los resultados de la encuesta Casen 2017 y, en lo particular, nuestra región es una de las que más ha disminuido la pobreza multidimensional, pero todavía es un porcentaje importante: uno de cada cinco personas que vive en la región de O’Higgins está bajo la línea de la pobreza multidimensional. Por otra parte, la medición de la pobreza desde el punto de vista de los ingresos también disminuyó. Estamos bajo el 10 por ciento. Son buenas noticias, pero todavía hay bolsones, núcleos de personas de la región, que están en viviendo situación de pobreza o de calle que debería preocuparnos a todos y cuestionarnos cómo cooperar, servir y ayudar.