Monseñor, ¿Cuál es la importancia de que la comunidad cristiana cuente con su templo?
En la Región de O’Higgins, que coincide con la Diócesis de Rancagua, existe una gran cantidad de localidades y ciudades donde cada una tiene su templo, que es parte de su identidad. La vida de las personas está vinculada a ellos, la mayoría fue bautizada, realizó su primera comunión e incluso se casaron en estos templos. Entonces los testigos mudos del desarrollo y crecimiento de cada una de las personas de estas localidades son justamente las iglesias, por eso cumplen un papel tan importante en la vida personal y comunitaria. El año 2010 muchos de estos templos, algunos del 1.700, sufrieron graves daños con el terremoto viéndose afectada la memoria histórica de estas comunidades. A partir de ese mismo año se inició la reconstrucción, que ha permitido que una serie de templos y parroquias sean devueltos a sus comunidades. El 29 de marzo vamos a consagrar nuevamente un templo reconstruido: la parroquia de Isla de Yáquil. Este concluyó su reconstrucción y sus puertas van a estar abiertas para que la comunidad vuelva a ocuparlo. Es la vida de la comunidad que se ve reflejada en los templos por eso es tan importante que se realice esta reconstrucción.
Monseñor, ¿Cuál es la mirada de la Iglesia frente a las temáticas sociales como el consumo de alcohol en los jóvenes?
Efectivamente ha salido recientemente un estudio que indica que en el mundo juvenil y escolar en Chile existe un alto consumo de alcohol y drogas. Estamos en el primer lugar en todo el continente americano, incluido Canadá y Estados Unidos. Todos sabemos que los jóvenes están en un proceso de desarrollo biológico, su cerebro todavía se está desarrollando y al consumir estas sustancias se producen consecuencia para el resto de sus vidas, por lo tanto, damos una voz de alarma sobre el consumo inadecuado, porque notamos que las autoridades han hecho muy poco sobre este tema, no vemos que haya una política pública para que los jóvenes no consuman estas sustancias, no vemos que en los colegios haya un proceso orientado a que los jóvenes tomen consciencia de esta situación. Lo que permite que haya un alto consumo es que las nuevas generaciones no tienen consciencia del daño que les produce. Nos preocupa que siga aumentando el consumo de alcohol, drogas y tabaco, en los jóvenes.
Monseñor, en ese sentido, ¿Cuál sería el llamado a los católicos para enfrentar esta temática?
Un llamado en diferentes niveles, primero a los adultos, a los papás. Hoy muchos delegan la educación formativa, de valores, de principios éticos y cívicos al colegio y no se meten. Y esa es la primera preocupación que deben tener los papás. Pero también quienes tienen responsabilidad en la educación, en las políticas educacionales, para que este sea un tema que esté más incorporado y conducido para que las nuevas generaciones sepan los daños que producen estas sustancias.