El Domingo de Resurrección visitamos la tumba vacía de Jesús igual como lo hicieron las mujeres el primer día de la semana. El desconcierto de ellas, especialmente de María Magdalena fue gigantesco. Ella iba a honrar el cuerpo de Jesús e iba a llorar al Maestro y se encuentra con que la tumba estaba abierta. Un ángel le dice no busques aquí a quien está resucitado, haciendo alusión a Jesús, que ha vencido la muerte y se encuentra vivo. Eso es lo que celebramos el Domingo de Resurrección, Cristo ha pasado de la muerte a la vida y eso nos abre un horizonte distinto, especialmente a nuestra propia existencia. Hay veces que cuando perdemos a un ser querido, a alguien de nuestra familia, nos llenamos de un desconsuelo muy grande, no sabemos qué puede significar y más aún nos encontramos con la fragilidad de nuestra propia existencia y nos damos cuenta que una enfermedad, un accidente y hasta la ancianidad nos puede quitar la vida, pero con la Resurrección de Jesús, somos invitamos a ver que hemos sido creados por Dios no para la muerte sino para vida y ésta puede adquirir formas distintas y nuevas y que somos invitados desde nuestra fe a vivir y pasar por los momentos de dolor y sufrimiento e incluso de la muerte, conscientes de que la Resurrección de Jesús nos permite vivir de una forma distinta. Eso es lo que celebramos este Domingo de Resurrección: Cristo ha vencido a la muerte y por eso es un domingo luminoso, es un domingo que nos llena de esperanza y que nos puede ayudar a vincular los distintos momentos de nuestra existencia, que a veces son momentos donde nuestra debilidad y fragilidad se expresa más fuertemente, a descubrir como Jesús llena de sentido y de luz esos momentos. Eso es lo que podemos descubrir este Domingo de Resurrección y que se prolonga durante toda la semana, son ocho días y por eso se llama Octava Pascual, en que volvemos a afirmar que Cristo está presente en nuestra vida y podremos repetir como lo hacían los antiguos griegos: ¡¡“Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado”!!