Claudio Fuentes, voluntario del comedor de la Parroquia San Francisco de Rancagua.
Desde hace 6 años Claudio Fuentes está vinculado al comedor que funciona todos los sábados en la Parroquia San Francisco de Rancagua, como voluntario. Cuenta que después de una misa, en la que estaba acompañando a su sobrina, se enteró de la labor solidaria que hace la parroquia y pensó “aquí tengo la oportunidad de ayudar”. Así que se acercó al padre Arul Dhas, párroco, para ver cómo podía ser parte del equipo. Primero partió colaborando en la pastoral de migrantes y luego pasó al comedor.
Así cada sábado va a ayudar en distintos ámbitos, pues reconoce que no es bueno para cocinar, pero con dedicación corta las verduras, lava la frutas, traslada los insumos, ordena la mercadería, es decir, ayuda en todo lo que puede. Además, cuando comenzó la pandemia el padre le pidió que se encargara del ingreso de la gente (ordenar la fila, control de temperatura, mascarilla, etc). Ese contacto con el otro le gusta mucho “porque estoy en directa relación con la gente… me gusta conversar con ellos, hablamos, compartimos, nos reímos”, dice.
Lo que motiva a Claudio a participar en el comedor es “la idea de poder ayudar al prójimo, de poder tender una mano a quien más lo necesita, de cubrir necesidades de la gente que no tiene los recursos como para abastecerse”. Es decir, hacer una acción concreta para ayudar al que tienen menos. Además, cuenta que se ha formado un grupo muy valioso de voluntarios, lo cual valora enormemente.
“Yo me siento muy contento cuando participo, siento alegría en mi corazón y la satisfacción más grande es compartir con la gente y ayudarla. De verdad, que cuando uno recibe un “gracias” de corazón o cuando veo las caras de las personas cuando reciben la comida … es una sensación impagable”, señala Claudio, quien enfatiza que esa satisfacción es aún mayor cuando lo acompaña su hijo en este voluntariado o alguien de su familia. Espera que con su ejemplo, en el fututo, su hijo también haga algo para ayudar a los demás.
Lucero Campos, voluntaria de la Pastoral de Migrantes.
Acoger, escuchar y orientar a los extranjeros que llegan a la región es una de las labores fundamentales de Lucero Campos, voluntaria de la Pastoral de Migrantes de la Diócesis. Cuenta que una de las formas de ayudar a los recién llegados es informándoles “principalmente sobre nuestro sistema migratorio, sus trámites administrativos necesarios para la obtención de algún tipo de residencia, las diligencias propias para aquellos que se encuentran irregulares. Además, les comunicamos sobre el sistema de salud, educación y trabajo”. Explica que con la cercanía que les permite esa atención pueden acceder a “descubrir sus necesidades básicas como son la falta de alimentos, ropa de abrigo en esta época del año, frazadas, pañales, camas, lozas o enseres de casa, que nosotras, de alguna forma, logramos obtener con donaciones y ayudas de amigos o instituciones”. A ello se suman otras actividades como talleres y capacitaciones que brindan.
Su llegada a ayudar en esta pastoral estuvo marcada por su antiguo trabajo como Oficial de la Policía de Investigaciones de Chile, “me permitió observar, conocer e instruirme plenamente de la ley y reglamento de extranjería, (…) en ese contacto directo con los migrantes, en forma diaria, tuve la oportunidad de escucharlos y pude descubrir sus angustias y sueños”, dice. Cree que “como país desaprovechamos a los foráneos, sin tener ningún interés por crear medidas efectivas a nivel administrativo para su desarrollo e inclusión a la sociedad”, expresa. “Siento que con mi voluntariado puedo aportar, pues vamos educando en todos los sentidos, eliminamos prejuicios y permitimos la integración completa de nuestros hermanos migrantes”, asevera.
Con respecto a la satisfacción que le da ser parte de este voluntariado, cuenta que es “la gran alegría que me provoca conocer y ayudar a otros, ser una persona que con sus acciones y trabajo puede sensibilizar, motivar o cambiar prejuicios sobre una realidad tan dura e ignorada como es la migración”.
Pilar Urrutia, voluntaria de la Unidad de Unidad Acompañamiento Espiritual del Hospital Regional.
Mostrar con hechos su seguimiento a Jesucristo hizo que Pilar Urrutia partiera como voluntaria la Unidad Acompañamiento Espiritual del Hospital Regional Rancagua, donde junto otras miembros del grupo dan esta “caricia simbólica” a quienes están pasando por un momento difícil. Ellas ayudan llevando café, té, un chocolate caliente, o una galleta a quienes están en la sala de espera del hospital, lo que es muy agradecido por los usuarios. Así, pacientes, sus familiares o funcionarios reciben este “cariño” y conversación.
Pilar dice que participar en este voluntariado le sirve para darse cuenta de que “viniste al mundo servir y no a ser servido… uno siente gozo cuando ve que sacó una sonrisa y llenaste sus tripitas, en medio de tanto dolor: físico, espiritual y del alma, porque así se evangeliza. El trabajo lo hacemos junto al padre Claudio Godoy y a los voluntarios, que son una joyita. Me siento muy bendecida de Dios por haberme elegido”, recalca.
Silvia Morales, voluntaria de la Pastoral Penitenciaria
“Sus chiquillos”, así se refiere Silvia Morales, voluntaria de la Pastoral Penitenciara, a las personas privadas de libertad que atiende, lo que da cuenta del gran amor y cariño que les entrega. En tanto que a ella le dicen “tía” y le agradecen que los escuche y les de -en la medida de lo posible- una bolsita de aseo con elementos básicos.
Ella ve este apostolado como un regalo que le da Dios y la Virgen, “porque es algo hermoso, la oportunidad ayudar a un hermano, que ha caído en desgracia, de la cual nadie está libre; ellos están cumpliendo su condena, pero no por eso dejan de ser hijos de Dios”, insiste.
A los que critican su labor, pues reprochan a los internos y los delitos, Silvia les dice “Dios dijo que el que esté libre de pecado que lance la primera”; y con esa convicción sigue ayudando, agradecida de Cristo por ponerla en este camino.
Señala que lo que ellos necesitan es que los escuchen y acompañen. Además, los miembros de pastoral les enseñan la doctrina de la Iglesia, la Palabra de Dios, los preparan para los sacramentos y comparten con los internos.
“Me motiva darles un poco de felicidad, sacarlos de la rutina, apoyarlos cuando no ven a su familia, algunos no tienen familia y a otros no los van a ver…están abandonados, es un Cristo abandonado y sufriente…es un hermano”. Por ello, asegura que va a estar en este voluntariado mientras Dios le de vida y salud.
Silvia Morales cree firmemente que la reinserción social es posible. Así lo ha experimentado en carne propia, pues señala que una de las personas que ella visitaba cuando estaba en la cárcel, al salir, consiguió trabajo y con la mejor voluntad ahora es miembro de la pastoral, haciendo una gran labor. Eso la llena de esperanza.