Monseñor, ¿Cómo desafía a la Iglesia la realidad de la migración?
En estos últimos años hemos visto un importante desplazamiento de personas desde sus lugares de origen a otros países; y en estos últimos días hemos presenciado hechos de gran dramatismo como es el fallecimiento de un papá y su pequeña hija en la frontera de México con EEUU en el Río Grande, tratando de pasar a EEUU. También en Chile estamos viendo una situación en el paso fronterizo de Chacalluta-Santa-Rosa, en la frontera norte, donde se encuentran alrededor de 700 venezolanos que no pueden ingresar a nuestro país porque ha cambiado la legislación y no cumplen con los requisitos que se están exigiendo ahora. La migración tiene dificultades, y son millones los desplazados por razones políticas, económicos o de seguridad personal, como es el caso de algunos países de Centro América. Esto nos desafía como Iglesia para que podamos acompañarlos en este proceso y tratar de cooperar para que los países abran las fronteras y tenga una respuesta a este drama humano que está detrás de la migración.
Monseñor ¿Con qué acciones concretas la Iglesia está respondiendo a estas situaciones que afectan a los migrantes?
Hay varias acciones en distintos niveles. A nivel latinoamericano, hace aproximadamente dos años, se creó la Red Clamor, que es una red de organismos e instituciones de Iglesia, que cooperan eficazmente con los migrantes o personas que se están desplazando. En América Latina hay varios puntos donde se focalizan estos desplazamientos. Un punto importante es EEUU con México, las fronteras de Venezuela, y otro de los polos de atención de recepción de migrantes es nuestro país. En Chile, la Iglesia, a través de INCAMI, presta servicio a los migrantes. La oficina más importante se encuentra en Arica, en la frontera con Perú y la otra en Santiago. Y a nivel diocesano también estamos dando respuesta a los migrantes con la Pastoral de Migrantes, que trata de prestar una atención pastoral y humana a los extranjeros que están llegando a nuestra diócesis y que generalmente se encuentran en una situación de gran vulnerabilidad.
Monseñor, ¿Cómo los católicos podemos aportar?
En primer lugar preocupándonos por el tema. Cuando aumentan los flujos migratorios a una comunidad determinada, con cierta facilidad se generan reacciones anti migrantes y desde nuestra realidad como cristianos la actitud debe ser de acogida. El migrante puede venir con formas de vivir distintas pero si los segregamos o discriminamos su particularidad no se va a integrar a nuestra sociedad. Entonces lo primero es preocuparnos de esta situación y abrir nuestra mente y corazón para entender el tema de los migrantes y ser abiertos para prestar algún servicio en ese sentido. En segundo lugar, son las medidas concretas de ayuda de recursos y asesoramiento, porque hay realidades que son realmente dramáticas que requieren de la solidaridad de las personas.
Monseñor, ¿Cuál es su mensaje para los migrantes?
En primer lugar decirle a los migrantes que queremos acogerlos y poder colaborar en su inserción en nuestra comunidad, en nuestro país. Y si hay migrantes que sean católicos queremos que se sientan incorporados a nuestras comunidades parroquiales. Al mismo tiempo, desde la Pastoral de Migrantes lo que pretendemos es tender un puente para que puedan integrarse a nuestras comunidades y ver las posibilidades de colaborar en las necesidades más básicas, así como las pastorales y espirituales.