Monseñor, ¿Cómo enfrentar la vida espiritual en este tiempo de pandemia?
Los momentos actuales me pregunto qué difícil debe ser vivir sin la presencia espiritual. Somos materia pero también somos espíritu, necesitamos la relación con Dios con los demás. La vida espiritual es hacer que en nosotros viva la vida íntima de Dios mismo, por eso que la Iglesia ha dicho siempre que la vida espiritual comienza cuando uno reconoce y acepta al Señor y eso implica una conversión, a través de la que voy dejando aquello que no es compatible con la aceptación y amor al Señor y voy transformándome en la vida familiar, en la vida profesional, en la vida del comercio, en la vida matrimonial. La vida espiritual implica un conocimiento permanente y cada vez más progresivo del Señor Jesús, para ir haciéndolo parte de mi vida. Es lo que dice san Pablo: ‘Ya no soy yo quien vive sino que es Cristo quien vive en mí”. Y ¿Cómo se logra eso? No lo logra uno, lo logra Dios cuando uno se lo permite. Eso es lo interesante de la vida espiritual o vida interior, es Dios quien va descubriendo un espacio para entrar, porque yo lo dejo entrar: dejo entrar sus mandamientos, sus sacramentos, sus enseñanzas, su Evangelio, y las bienaventuranzas: bien aventurados los pobres de espíritu, los puros, los que sufren. Eso se entiende cuando Dios a través de la acción del Espíritu Santo entra en el alma de una persona. Pero también puede pasar que uno ponga obstáculos más o menos fuertes a la acción de Dios, por ejemplo, a través de la ofensa grave a Dios y al prójimo. El hombre tiene esa libertad de decirle no al mismo creador. O también puedo decir: ‘me abro a la gracia de Dios’. Para ello, Dios nos ha dado instrumentos: la vida de oración. La oración es hablar con Dios, no necesita momentos, espacios, lugar. La oración se lleva en el corazón, puede ser personal, interior, mental con mis palabras, o bocal, ahora en el mes de mayo estamos empeñados en rezar el Rosario. Los sacramentos, aunque hoy no se puedan recibir, hay que saber que Dios tiene la gracia de darnos lo que necesitamos por otros medios. El papa Francisco ha dicho que frente a la necesidad imperiosa se hable directo con Dios para pedirle perdón y cuando sea posible confesarse frente a un sacerdote; la Eucaristía, cuando no se puede celebrar el Señor a través de la comunión espiritual, de la unión con Él, a través de la oración, manda las gracias que no nos pueden llegar por la Eucaristía. Recomendaría en este tiempo que hay un cierto recogimiento, incluso físico, de ruidos, en las grandes ciudades, aprovechemos de rezar. Los pilares fundamentales que el Señor definió fueron el amor a Dios y el amor al prójimo.
Monseñor, en ese sentido ¿Qué puedo hacer yo por el prójimo?
Bueno en este tiempo que estamos casi todos en las casas, con los hijos, el marido, la esposa, la abuela, la convivencia, a veces, se hace difícil, pero hay que comprenderse y aceptar a la gente como es. Llevar todas esas cosas con alegría, siempre que no sean pecados. También, y estamos retrasados en la Diócesis de Rancagua, necesitamos comprometernos y aportar en la campaña “Cinco panes y dos peces”. Ya estamos fabricando las cajas de mercadería, para llegar a las personas que lo necesitan. Hay personas que les está faltando lo esencial. Hay que ponerse la mano en el corazón. Estamos entrando a una crisis económica y en las tres provincias de la Región de O’Higgins, el primer catastro realizado por nuestras parroquias arrojó que tres mil 200 familias necesitan alimento en este momento y creemos que esto puede subir. Ésta es la vida espiritual, no es algo teórico, es la vida de Cristo encarnada en esta tierra a través de uno. Nos hace aterrizar, el Señor dijo ‘en el pobre me tienes que ver a mi” y hoy hay mucha gente que está quedando muy pobre.