Monseñor, ¿Por qué es importante Pentecostés, sobre todo en este contexto de la pandemia que estamos viviendo?
Es importante e interesante, porque en este mundo que estamos viviendo nos cuesta captar la acción del Espíritu en el alma. El Señor nos dijo: ‘Cuando yo me vaya vendrá el Espíritu Santo que les recordará todo lo que les he enseñado’. Ahí radica uno de los aspectos esenciales de la vida cristiana: no somos nosotros los que hacemos las cosas, nosotros respondemos a las mociones del Espíritu Santo que vive en el alma de la persona que está en amistad con Dios y lo hace proceder hacia el bien. Por lo tanto, cuando las personas, muchas veces, miran estas cosas espirituales como algo lejano, no se dan cuenta que tenemos dentro un don, un regalo, que es la fuerza de Dios mismo que habita en nosotros. Cuando uno dice: ‘voy a hacer una cosa buena’, por ejemplo, preocuparse de los que están sufriendo, la humildad del cristiano lo lleva a darse cuenta que esa es una moción de Dios en nosotros. San Pablo dice: ‘Que tienes que no hayas recibido y de que te glorias como si no lo hubieras recibido. Todo es gracia’. Aquí hay una falla muy grave en nuestra catequesis, en la formación de nuestra gente. Nos hemos acostumbrado a un activismo que parece que nace de nuestra voluntad y en realidad la verdadera fuerza que permite, por ejemplo, vivir esta pandemia con sencillez, en silencio, obedeciendo, es porque se dejan mover por el Espíritu. Algunos se dan cuenta de esa acción del Espíritu Santo en el alma, en cambio, en otros la mundanidad espiritual los hace pasar por este mundo sin mirar lo esencial, porque nadie se los ha enseñado, no lo saben o, a veces, también, porque lo desprecian. El país en estas circunstancias ha mostrado muchas virtudes, pero también gravísimos defectos y debemos ser muy claros en descubrirlos y uno de ellos es que las bases de las grandes virtudes cívicas y personas en las que se ha apoyado nuestra nación están fallando y las bases son las virtudes y principios propias del cristianismo sobre los cuales se formó nuestra República.
Monseñor, ¿Cómo el Espíritu Santo nos da valor a los cristianos?
El Espíritu Santo hace cosas maravillosas. Capacita a las personas para poder actuar conforme al bien y eso lo hace, a través de dones, de regalos. ¿Qué son esos dones? Son capacidades sobrenaturales, espirituales, que gratuitamente se nos infunde en el corazón para dar al alma y a nuestra vida la posibilidad de realizar actividades de ámbito superior, espiritual; docilidad para obedecer prontamente a las inspiraciones de la gracia divina. Eso hace el Espíritu Santo. Entonces cuando uno dice: ahora voy a hacer tal gestión en beneficio de una persona u otra, parece que es una decisión personal, y, sí, lo es, en cuanto me uno a Dios que me llama a hacer el bien. Así funciona la vida espiritual. El don del Espíritu Santo nos hace discernir sobre lo divino que hay detrás de las cosas, nos hace intuir verdades sobrenaturales, divinas. Esa es la gracia del Espíritu Santo, nos da luces para vivir más cerca de Dios. Todo eso es acción del Espíritu Santo. No es solamente bondad personal, es una inclinación que Dios pone en el alma para que vivamos como hijos de Dios.
Monseñor, ¿Cuál sería su llamado a los católicos en este momento?
A orar, a vivir el recogimiento interior, a dejar el activismo, estamos en una oportunidad única para hacerlo, y dejar que Dios hable. Ponernos en disposición para escuchar no para hablar. Pediría al Señor que nos de la capacidad de escuchar lo que nos está diciendo.