Monseñor, ¿A qué nos convoca la solemnidad de la Santísima Trinidad?
La Santísima Trinidad es el misterio central de la fe cristiana y que es conocido por nosotros, porque Dios nos lo ha revelado en la Sagrada Escritura. En el antiguo y en el nuevo testamento, el Señor da a conocer que siendo Él hijo, tiene un Padre y da a conocer la existencia del Espíritu Santo -celebramos recién Pentecostés: ‘cuando yo me vaya vendrá el Espíritu Santo y les recordará todo lo que yo les he enseñado’.
Aparentemente es un misterio que no nos toca, como cuando una persona dice que no siente su corazón, sin embargo, aunque no lo sienta ni lo vea es lo que lo hace vivir. Eso pasa con la Santísima Trinidad, aunque la ignoremos y no sepamos de ella, es la que nos da la existencia. Esto es muy importante y esencial en la fe cristiana. Entonces, lo que debe hacer un cristiano es orar a la Trinidad y pedirle al Señor que nos haga descubrir su presencia en nosotros. Es un misterio central al que debemos adoración.
Monseñor, este 30 de mayo se celebra la Jornada de Oración por las religiosas de vida contemplativa ¿Cuál su importancia?
En la diócesis tenemos grupos de hombres y mujeres que están siempre orando: está el monasterio Trapense de Graneros; las monjas Benedictinas en Rengo; y las Adoratrices en Rancagua. También hay muchas religiosas de vida activa y laicos que rezan mucho. Ahora, es momento que nosotros recemos por ellos para que ese flujo maravilloso de intercesión divina siga llegando, especialmente, en este momento que lo necesitamos.
La vida contemplativa a veces es poco comprendida en nuestra Iglesia, nos parece algo raro, sin embargo, todos somos contemplativos en el mundo y tenemos que vivir en esa actitud de buscar al Señor constantemente. Por eso es necesario que haya alguien que mantenga ese impulso constantemente. El ritmo de vida de estos hombres y mujeres en los conventos es maravilloso: su día se divide en orar en diferentes horas del día desde muy temprano en la mañana y trabajar. Ellos van manteniendo esa alabanza a Dios durante todas las horas del día, eso por siglos y siglos. Y aunque cueste comprenderlo, tiene mucha relación con la Santísima Trinidad, alaban a Dios permanentemente y esa la primera obligación del ser humano: ‘Alabarás al Señor tu Dios, con toda tu alma, toda tu voluntad’. Agradecemos a nuestras hermanas y hermanos religiosos su maravilloso aporte a la iglesia.
Monseñor, también este fin de semana usted celebró la ordenación sacerdotal de Alejandro Fredes…
Ha sido un momento maravilloso, nos hemos reunido muchos sacerdotes y las personas que podían asistir por los aforos, se ha ordenado un sacerdote más para nuestra diócesis: Alejandro Fredes Marchant. Es un momento de esperanza, de alegría y de acción de gracias para la Diócesis de Rancagua, un nuevo ministro del Señor, porque el último tiempo ha sido escasas las vocaciones sacerdotales en nuestra diócesis.
Doy gracias a Dios que como obispo me haya correspondido ordenar a un hermano nuestro, que viene a reforzar las filas, algunas veces cansadas, porque el trabajo es mucho; y también es el momento para tocar el corazón de muchos jóvenes para que piensen en la opción de ponerse a disposición del Señor. Cuántos jóvenes sentirán esta inquietud. Un momento de alegría para la Diócesis de Rancagua y de acción de gracia.
Monseñor, el viernes 28 de mayo, se celebró el Día del Patrimonio Cultural, ¿Cuál es el aporte de la iglesia en el ámbito patrimonial?
En una diócesis como la de Rancagua las expresiones de fe quedan marcadas en el patrimonio cultural tangible, que son, por ejemplo, los templos (algunos reconstruidos) y que tienen siglos de historia, por ejemplo, el de El Huique, la misma Catedral de Rancagua, el de La Compañía, las iglesias de la costa que son antiguas y manifiestan la fe de nuestros antepasados. Pero también está el patrimonio intangible de nuestra fe, como la devoción popular, las procesiones, cuasimodo, las novenas al niño Dios, a la Inmaculada Concepción, el Mes de María y tantas otras, que son un patrimonio intangible, pero que son parte del nuestra vida como país y como iglesia.
Cuidemos ese patrimonio el material, pero también el intangible, que es esta manera de vivir nuestra fe. Todas deben mantenerse.