Primero, agradezco mucho al Santo Padre que haya mandado a monseñor Guillermo Vera como obispo diocesano, porque va a ser un muy buen pastor, es un hombre cercano, sencillo, con gran amor por la piedad popular, es un hombre de parroquia, que le gusta mucho estar cerca del pueblo de Dios.
En cuanto al tiempo en que estuve como administrador apostólico, desde marzo del año pasado hasta ahora, puedo decir que hay elementos positivos y otros que hay que continuar mejorando. Creo que hay un pueblo de Dios muy vivo en todas las parroquias. Eso se nota pues es una diócesis con mucha tradición, que ya tiene más de 90 años (fundada el año 1925) y uno nota la experiencia de los años de trabajo que tiene. Eso se manifiesta, por ejemplo, en las reuniones masivas que se han hecho por vía telemática, éstas convocan a mucha gente y eso habitualmente no pasa en las Diócesis más nuevas. Lo segundo, es que hay un clero relativamente joven, muy entregado y bueno, que ha respondido a este llamado de renovación que se produjo luego de los difíciles acontecimientos de 2018. Eso se ha manifestado en la reorganización y trabajo de los decanatos. Ha ido asentándose, de alguna manera, una idea más colegiada de trabajo, tanto en el gobierno de la diócesis como en la labor pastoral, de los sacerdotes, agentes pastorales y religiosas. En este tiempo hemos visto que si trabajamos sinodalmente podemos lograr muchas cosas.
Un tercer punto es que las heridas que hay -porque las heridas se curan con el tiempo- van poco a poco curándose, y eso va a ser muy importante para el futuro de la diócesis, que siempre ha sido bastante paradigmática en muchas cosas, en sus obispos y frutos tanto en Rancagua como fuera de acá. Y esto requiere que el cuerpo esté sano, con las heridas propias de nuestras pequeñeces, pero no con las heridas graves que sufrimos por muchas razones en los años que han pasado. Y ¿cómo se curan las heridas? Con oración, con fraternidad, con cercanía, con comprensión, con la presencia del Señor en medio de nosotros, porque Él es el Buen Samaritano, que se detiene a curarnos a cada uno de nosotros.
Mi mensaje es que debe retomar con fuerza el camino evangelizador que siempre ha tenido, dejar atrás las cosas que han dividido y producido controversia, aplicando aquella enseñanza del Señor, que dice que: No sirve en el Reino de Dios el que pone la mano en el arado y mira para atrás. Ahora hay que mirar hacia adelante con firmeza y claridad, volver a las actividades presenciales en las parroquias, a las catequesis, a las misas. No hay que seguir lamiéndose las heridas -éstas ya están curándose- ni lamentándose, ni mirando hacia atrás. Hay que tomar el arado y arar mirando hacia adelante. Yo creo que el Señor hace coincidir esta apertura con respecto a la pandemia con la llegada de un nuevo pastor. La diócesis, con la gracia de Dios, está saliendo delante de sus dificultades y uno de los frutos que yo espero es que haya mucha gente que quiera seguir al Señor en la vida sacerdotal, religiosa o vida matrimonial. Todo ello va a ser la consecuencia de este proceso difícil que hemos vivido… ha sido un proceso de cruz, pero también de redención.