Monseñor, hoy domingo 5 de septiembre se celebra el Día del Migrante, ¿Cuál debería ser la actitud como cristianos hacia ellos?
Primero recordaría a todos los hermanos y hermanas que el Señor Jesús, en el cual nosotros creemos, fue migrante y Él, siendo muy pequeño, tuvo que salir en los brazos de su madre arrancando desde Belén hacia Egipto, porque lo buscaban para matarlo. Entonces, Jesús, la Virgen y San José vivieron la migración, tuvieron que dejar su tierra, su patria, su familia, y llegar a una tierra desconocida, donde se hablaba otro idioma, con costumbres distintas, donde confiamos que recibieron apoyo y acogida, pero también en algunos casos, quizás, un poco de desprecio. Ellos vivieron la realidad de los migrantes.
Por lo tanto, nosotros que nos decimos cristianos, que queremos a Jesús y a José, deberíamos entender la realidad de los migrantes que llegan hasta nosotros, que son hombres y mujeres, adultos, jóvenes y ahora también tantos niños, que deben dejar su tierra por diferentes situaciones, a veces, políticas, económicas, de tragedias que les ha tocado enfrentar y que buscan, a lo cual tienen derecho: un lugar donde vivir con más esperanza, con más paz.
El fenómeno de la movilidad humana ha estado presente siempre en la historia de la humanidad y hoy lo está fuertemente. Lo vemos todos los días en la televisión: miles de personas tratando de arrancar de Afganistán; tantos africanos que quieren entrar a Europa. También hermanos nuestros, venezolanos, haitianos, bolivianos que miran a Chile como un lugar donde vivir con más esperanza con más paz.
Es verdad que quienes llegan tienen que respetar nuestra cultura, nuestra manera de ser, pero también es verdad que nosotros debemos respetarlos a ellos y acogerlos y no hacerlos sentir como una molestia.
¿Cuántos familiares nuestros están afuera? Son miles los chilenos que viven en el extranjero que hoy incluso tienen derecho a voto. Creo que no hay familia chilena que no tenga un familiar viviendo en el extranjero que salió buscando trabajo, nuevas expectativas, un mejor vivir. Eso debe llevarnos a entender esta realidad.
Monseñor, ¿Cómo vivió la realidad de la migración en Iquique?
En Iquique me tocó ver a principio de año una avalancha de migrantes que ingresaban por los pasos inhabilitados de la cordillera, donde hubo personas que fallecieron, porque no resistían la altura. Son realidades tremendas que nosotros tenemos que de alguna manera hacernos cargo de ella; y en la medida que podamos ayudar: si podemos dar trabajo, darlo, y como corresponde, cumpliendo las leyes, no aprovechándose de la situación de vulnerabilidad de las personas; y si podemos, cuando nos piden ayuda -en la calle para comer- poder ayudar.
En las primeras etapas migratorias a Chile llegaban profesionales, hoy la migración es de personas más sencillas; antes llegaban adultos solos, hoy llegan con familias con niños, mujeres embarazadas, y eso es muy triste. Hay que entender que dejar la patria, a su familia nunca es fácil. Hay que conocer las realidades y sentir que algo podemos hacer. Está claro que los países deben poner un ordenamiento a la migración, pero nosotros podemos acoger a quienes hay llegado y en la medida que podamos, ayudarlos y darles esperanza.
Monseñor, ¿Cómo se celebrará el Día del Migrante en nuestra diócesis?
El domingo 5 de septiembre en todas las misas de las diferentes parroquias de nuestra Diócesis de Rancagua se va a rezar por esta realidad, y se va a pedir una ayuda para los hermanos de Haití.
La Iglesia trabaja hace muchos años en el tema de la migración. Existe el Instituto Católico de Migración, Incami, que inició en los años ’50, el padre Raúl Silva Henríquez, obispo y cardenal, cuando comenzó a llegar gente todavía de Europa postguerra.
La Iglesia los acogió y así comenzó a tender la mano frente a la necesidad concreta. Hoy, eso continúa y está a nivel de todas las diócesis.
En esta misa del domingo se va a pedir la colaboración de todos fieles católicos para poder mantener este servicio y también para ayudar a Haití con ese aporte. Entre nosotros hay muchos hermanos haitianos que han sufrido mucho.
Por otra parte, en este mes de septiembre se celebra el Mes de la Biblia, ¿Cuál es la invitación de la Iglesia?
El Mes de la Biblia es importante por dos hechos: el primero, el 30 de septiembre se celebra San Jerónimo, que era un monje, al que el papa Dámaso en el año 400 aproximadamente, le pidió que tradujera la biblia de las lenguas originales a la lengua latina, que era la que se usaba en ese tiempo. Este monje en Tierra Santa se dedicó a estudiar y traducir la sagrada escritura. Éste es el primer elemento. El segundo es que en el mes de septiembre alrededor del año 1500 se terminaron de imprimir las primeras biblias en castellano. Teniendo presente estos dos acontecimientos es que la Iglesia desde hace ya varios años invita a que este mes sea el de la biblia
Y ¿qué significa que celebremos el Mes de la Biblia? Es una invitación a que los cristianos le demos a la biblia la centralidad que debe tener. En los hogares muchas veces está la biblia y, a veces, muy hermosas y ubicadas en un altar, pero no se lee. A veces las personas la abren en el salmo 91 porque alguien le dijo. Entonces, no hay que quedarse en cosas externas y lo importante es profundizar en la palabra de Dios. Hermoso sería que las familias leyeran el Evangelio, por ejemplo, el día domingo antes de misa. La palabra de Dios nos ilumina, nos muestra caminos. Entonces, nosotros los católicos debemos leer más la palabra de Dios y aprender de ella. No nos contentemos con lo que se lee en la misa. De la palabra de Dios también nos alimentamos, en la misa no siempre podemos comulgar, por diferentes motivos, pero sí todos pueden alimentarse de la palabra de Dios, que anima y que consuela.