Cada 1 de mayo celebramos el Día del Trabajo, en la Iglesia la fiesta de San José Obrero.
Como Obispo hago llegar mis saludos a todos los hombres y mujeres de esta tierra que cada día, desarrollando sus talentos y capacidades, van realizando sus vidas y contribuyen a la grandeza del país.
A través de estas líneas quiero invitarles a con una mirada de fe, contemplar el trabajo de cada día, poder entrar de alguna manera en la espiritualidad del trabajo.
En el libro del Génesis leemos que Dios entregó el jardín del Edén al hombre para que “lo guardara y lo cultivara”. El trabajo es, por lo tanto, consecuencia de este cultivar y dominar la tierra. La Iglesia halla aquí el fundamento según el cual el trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra. El trabajo es un don de Dios y un bien del hombre. Se nos dirá que es un bien arduo por las dificultades que lleva consigo, con todo como dijo Juan Pablo II: “El trabajo debe ayudar al hombre a hacerse mejor, espiritualmente más maduro, más responsable, para que pueda realizar su vocación sobre la tierra. El trabajo debe ayudar al hombre a ser más hombre. El trabajo aún con sus componentes de fatiga de monotonía, de obligatoriedad, le ha sido dado al hombre, antes del pecado precisamente como instrumento de elevación, de perfeccionamiento del cosmos, como plenitud de su personalidad, como colaboración a la obra creadora de Dios”.
Muchas veces el querer de Dios queda oscurecido en el campo del trabajo, tanto por las injusticias y arbitrariedades que se cometen con el trabajador, como por las veces que el trabajo no es realizado de la manera correcta ni en el ambiente más adecuado.
El creyente procurará hacer sus tareas bajo la mirada de Dios, dando gracias por la posibilidad que tiene de ser parte en la tarea creadora y conservadora del mundo, por tener la posibilidad de desarrollar su vida y sacar adelante a los suyos.
En estos tiempos de crisis que vivimos la Iglesia invita a sus hijos a cuidar el trabajo, a ser solidarios, a estar unidos. Invita también a los empresarios a ser generosos en el mantener las fuentes de trabajo y a ser creativos en el buscar nuevas formas de producir y crear nuevos empleos.
La Iglesia tiene a lo largo de su historia una doctrina social que desea iluminar la vida de los hombres con enseñanzas que permiten buscar la anhelada justicia también en el campo laboral.
La Iglesia enseña que Cristo no aprobará jamás que el hombre sea considerado o se considere a sí mismo solamente como un instrumento de producción. Por esto, Cristo se ha hecho clavar en la cruz, para oponerse a cualquier degradación del hombre, también a la degradación mediante el trabajo. Cristo permanece ante nuestros ojos sobre su cruz, para que todos los hombres sean conscientes de la fuerza que Él les ha dado: le ha dado el poder de llegar a ser hijos de Dios. De esto deben acordarse tanto los trabajadores como los que proporcionan el trabajo; tanto el sistema laboral, como el de retribución. Lo deben recordar el Estado, la Nación y la Iglesia.
Queridos trabajadores y trabajadoras que en Cristo encuentren siempre su modelo y aliado que en Él encuentren la fuerza para realizar sus labores cada día.
Dios les bendiga,
+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua