Monseñor, hoy 27 de mayo se celebra la fiesta de Pentecostés ¿cuál es la espiritualidad de esta fecha?
El tiempo pascual que comenzó en los días de Semana Santa y, particularmente, con la Resurrección de Cristo en el Domingo de Pascua culmina 50 días después con la Fiesta de Pentecostés, con la presencia del Espíritu Santo que Jesús había prometido, que guiaría y acompañaría la Iglesia hasta el fin de la historia. Estos acontecimientos: pasión, muerte, resurrección de Cristo, la ascensión, el Espíritu Santo, se celebran pedagógicamente en fechas distintas, pero en el fondo es el misterio de la salvación de Cristo que se realiza en un momento de la historia y que culmina con la irrupción del Espíritu que fortalece la fe, para que vivan aquellos que Jesús señaló: ‘ustedes serán mis testigos hasta los últimos confines de la tierra’. Dos mil años de historia han comprobado la veracidad de esa promesa de Jesús, porque los primeros discípulos eran poquísimos y hoy somos millones y millones de seres humanos que creemos en Él sin haberlo visto, que reconocemos en Él al salvador del mundo. Es una prueba clarísima de la verdad de la promesa de Jesús, de que el Espíritu estará con nosotros hasta el fin de la historia.
Monseñor, ¿cómo deberíamos celebrar esta fiesta de Pentecostés?
La manera más contundente de celebrarlo es participando en la Eucaristía que celebra la misa del Espíritu Santo y luego eso llevarlo a la vida, en la relación con los demás. Si yo creo realmente que Dios en su hijo Jesucristo, y que con la fuerza del Espíritu, nos señaló que todos los seres humanos somos hijos de Dios, consecuentemente, estamos llamados a ser hermanos. Se trata, desde la fuerza de la Fe y de la unión con Dios en la oración, de llevar ese amor a los demás, especialmente a las personas que más lo necesitan: los niños abandonados, a los ancianos, a los más pobres, uno debe manifestar su amor a Dios, al Espíritu, su amor a Jesús en el amor a los hermanos. La religión cristiana es una religión de reencarnación y hay que recordar aquello que dice San Juan en una de sus cartas, que ‘quien dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso’. Por eso nuestra fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, debe traducirse luego en el amor a cada persona, a cada prójimo, a cada ser humano con el cual nos encontramos en los caminos de la vida.