Jesucristo, nuestro Señor, Dios y hombre verdadero, para cumplir su misión en medio nuestro, quiso tener una familia: un hombre a quien llamar papá y una mujer a quien llamar mamá. Con ese sólo hecho, Jesús está proclamando la importancia de la familia y del padre en ella.
Como creyentes, nos emociona pensar que el Dios eterno confió a su Hijo a los cuidados de un hombre sencillo, fiel, trabajador como era José. En él pudo la Virgen santa depositar su confianza y junto a él, ella se sintió segura, valorada, estimada, cuidada. Junto a José, Jesús se formó como hombre, a él fue obediente y por él se dejó enseñar. Misterio grande, ¡Dios obedece y se deja enseñar! Él, el eterno y hacedor de todas las cosas!
Todo esto lo hizo Jesús para mostrarnos a nosotros los caminos a seguir en la vida. En la existencia de cada uno de nosotros, la familia es fundamental, y en ella la figura del Padre.
Muchos motivos tenemos entonces para agasajar a aquel hombre que recibió la misión y tarea de ser padre, a cuya sombra crecimos y aprendimos y a cuyo lado una madre y unos hijos se sintieron seguros. Cómo no agradecer su entrega generosa, sus desvelos, sus cansancios para sacar adelante una familia. Cómo no valorar su ingenio y capacidad para aprovechar las oportunidades de la vida y así velar por el bienestar de los suyos. Todo este esfuerzo manifiesta un amor grande y aunque este no siempre se expresa con palabras sí se manifiesta con hechos concretos, el desvivirse por los suyos.
El Papa Francisco nos ha enseñado que: “Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente”. Es bueno no olvidar esto, y alegrarnos por la inmensa mayoría de hombres que han cumplido y cumplen su misión y para que muchos que han asumido esta responsabilidad de la vida del otro, sientan que ejercitan la paternidad respecto de él. ¡Cuántos son padres sin serlo bilógicamente!
Un padre está llamado a dar vida, cuidarla, dar seguridad, enseñar, corregir, acompañar, estar. Ser padre es introducir a los hijos en la experiencia de la vida. Los hijos no son para retenerlos, para poseerlos, sino para ayudarlos a ser libres y con la capacidad de elegir.
En el mundo, los hijos necesitan padres, no amos. Un padre ha de sentir que cumplió su misión cuando ve que el hijo ha logrado caminar solo por los caminos de la vida, aunque el hijo siempre necesitará saber que el padre está ahí.
Hoy abracemos y estemos cerca del hombre que es nuestro padre, sepamos llenarlo de cariño y agradecer su entrega; quienes ya no lo tengamos, agradezcamos haberlo tenido y recemos por su descanso eterno, porque a su sombra y con sus cuidados aprendimos a ser mejores personas.
Dios bendiga a nuestros papás.
+ Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua