Palabras del Pastor

Mensaje del Obispo de Rancagua, monseñor Guillermo Vera Soto por Día de los abuelos

Cada 26 de julio, el calendario católico nos invita a recordar a los santos Joaquín y Ana, quienes según la tradición son los padres de la Virgen María y abuelos del Niño Jesús

Queridos hermanos y hermanas:

Cada 26 de julio, el calendario católico nos invita a recordar a los santos Joaquín y Ana, quienes según la tradición son los padres de la Virgen María y abuelos del Niño Jesús. Al recordar a tan importantes personas, el Santo Padre Francisco ha querido que esta fecha sea un momento para valorar a las personas mayores, a nuestros abuelos y abuelas tan queridos.

En la vida de la mayoría de nosotros, los abuelos han marcado nuestra existencia con su cariño, cercanía y ejemplo de vida, agradecemos a Dios el haberlos tenido. En nuestro mundo actual, los abuelos son personas todavía jóvenes y que en muchos casos continúan trabajando y más aún asumiendo el cuidado de sus nietos y bisnietos. Qué importante es que como comunidad cristiana les miremos con cariño y sepamos agradecer su gran aporte en la vida de las familias y de la Iglesia. Pensando con cariño en nuestros queridos abuelos y tomados de la mano de San Juan  Pablo II, que en un momento, podemos decir, fue el abuelo del mundo, les comparto estas reflexiones que él mismo escribió y quiso compartir con sus hermanos mayores.

“Hoy, gracias a los progresos de la medicina se ha alargado la vida notablemente. Sin embargo, sigue siendo verdad que los años pasan a prisa; el don de la vida, a pesar de la fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él”.

“A nuestra edad resulta espontáneo recorrer de nuevo el pasado para intentar hacer una especie de balance. Esta mirada retrospectiva permite una valoración más serena y objetiva de las personas que hemos encontrado y de las situaciones que hemos vivido. El paso del tiempo difumina los rasgos de los acontecimientos y suaviza sus aspectos dolorosos. La experiencia nos enseña, que, con la gracia del Señor, los mismos sinsabores han contribuido a la madurez de la persona, templando su carácter”.

En la Sagrada Escritura se nos dice: “ponte de pie ante las canas”, honrar a las personas mayores supone un triple deber hacia ellos: acogerlos, asistirlos y valorar sus cualidades. Es preciso convencerse de que es propio de una civilización plenamente humana respetar y amar a los ancianos, porque ellos se sienten, a pesar del  debilitamiento de las fuerzas, parte viva de la sociedad. Ya observaba Cicerón  que “el peso de la edad es más leve para el que se siente respetado y amado por los jóvenes”.

“Todos conocemos ejemplos elocuentes de ancianos con una sorprendente juventud y vigor de espíritu. Para quien los trata de cerca, son estímulo con sus palabras y consuelo con el ejemplo”.

“No puedo dejar de dirigirme también a los jóvenes para invitarlos a estar al lado de los ancianos. Os exhorto, queridos jóvenes, a hacerlo con amor y generosidad. Los ancianos pueden darles mucho más de lo que puedan imaginar. El libro del Eclesiástico dice: No desperdicies lo que cuentan los viejos, que ellos también han aprendido de sus padres, qué bien parece la sabiduría de los viejos”.

“La comunidad cristiana, la sociedad toda, puede recibir mucho de la serena presencia de los mayores. En cuantas familias los nietos reciben de los abuelos la primera educación en la fe, pero la aportación beneficiosa de los ancianos puede extenderse a otros muchos campos. ¡Cuántos encuentran comprensión y consuelo en las personas ancianas, solas o enfermas, pero capaces de infundir ánimo mediante el consejo afectuoso, la oración silenciosa, el testimonio del sufrimiento acogido con paciente abandono! Precisamente cuando las energías disminuyen y se reducen las capacidades operativas, estos hermanos nuestros son más valiosos en el designio misterioso de la Providencia”.

Queramos y cuidemos a nuestros abuelos, a nuestros mayores, son un regalo de Dios para todos. Que el 26 de julio, les saludemos con cariño.

+  Guillermo Vera Soto

Obispo de Rancagua