Queridos hermanos y hermanas:
Cada año, el 15 de agosto, Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen al cielo, en Chile celebramos también a la Vida Religiosa y damos gracias por los Hermanos y Hermanas que han consagrado su vida al Señor en alguna de las Congregaciones o Institutos Religiosos, reconocidos por la Iglesia. Es bueno tener presente cuáles son las familias religiosas que están en medio nuestro, en nuestra Diócesis de Rancagua, y que tanto han hecho y hacen, con sus propios carismas, para que la presencia del Señor sea más cercana. Este lunes 15, tengámoslos presentes, recemos por ellos y si los tenemos cerca saludémoslos con especial cariño.
Esta es una jornada para agradecer lo que pasa inadvertido para tantos, incluso para nosotros mismos en la Iglesia: es bueno agradecer por la vida entregada, los tiempos en silencio y sin publicidad de tantas mujeres y hombres que cada día se empeñan en tener el corazón limpio, la mirada nueva y la fe inquebrantable; que trabajan sembrando con esperanza, con la confianza de que lo hecho por amor al Señor, tendrá que dar fruto.
Todos conocemos religiosas y religiosos trabajando en colegios, hogares de ancianos, de niños, apostolados parroquiales y misiones. También están los monjes y monjas que se han recluido en los monasterios, no para arrancar del mundo, sino para en el silencio, el trabajo y la oración, llevar el mundo a Dios. Muchos de estos hermanos llegarán al cielo sin que jamás su nombre aparezca en un medio de comunicación, pero con la alegría y la certeza de haber querido amar y hacer las cosas como Jesús las hizo.
Es la fiesta y el día de todos ellos y ellas que no se creen especiales, porque no lo son, pero entienden que su felicidad consiste en tratar de vivir con los criterios de Jesús, y no renuncian a ello. Los religiosos y religiosas son necesarios; son pocos, pero en ellos está depositado el germen de porvenir de la vida consagrada. Es tan grande el don y la gracia de estos Hermanos que a veces les toca servir y estar en contextos muy lejanos a sus orígenes, ¡a cuántos religiosos venidos de lejos hemos conocido!, hemos de agradecer por tanta generosidad.
Al celebrar la Vida Religiosa, celebramos a todos aquellos y aquellas que no piensan en sí, que siguen emocionándose ante lo que el bien hace posible, y que con santa tozudez enfrentan el mal haciendo mucho bien. Es la fiesta de los que miran lejos, de los que no se pierden en detalles de amargura. Es la jornada de los hombres y las mujeres con ganas de amar, con necesidad de amar; con la vida dedicada al amor. Esta fiesta es el agradecimiento por quienes han descubierto que la vida es valiosa cuando se regala y se pone al servicio de otros. Es la fiesta de todos ellos. Lo grande de la vida consagrada es que sabe que sus nombres están escritos donde tienen que estar: en el corazón de Dios.
La Vida Religiosa puede anunciar al mundo que la fraternidad existe y es posible; consigue decirle a la Iglesia que se puede vivir sin nada cuando tu todo es Dios. Consigue decirle a toda persona, esté donde esté y viva lo que viva: «tú eres mi hermano”
A Dios, nuestro Señor, le pedimos en este día grande de la Virgen María, regale a su Iglesia con muchas vocaciones de jóvenes que deseen vivir la aventura de la vida entregada por amor, para la gloria de Dios y al servicio de los hermanos. Todos valoramos la Vida Religiosa, seamos también promotores de ella en medio nuestro.
Dios les bendiga.
+ Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua