Actualidad Diocesana

Democracia fundada en valores

Martes 25 de Julio del 2017
Monseñor Alejandro Goic envió carta a los medios de comunicación con su posición sobre la situación vivida en el Congreso nacional cunado se discutía la Ley de Aborto por tres causales.

Como pastor he hablado y escrito en muchas oportunidades acerca del valor absoluto de la vida desde su concepción hasta su muerte natural;  hermanos obispos expertos en derecho, sagrada escritura, bioética, han publicado profundos documentos en defensa de la vida;  como Conferencia Episcopal hemos escrito innumerables documentos al respecto.

 

Hoy escribo como simple ciudadano de mi Patria:

El debate en las salas del Senado y de la Cámara de Diputados, la semana pasada en torno a la despenalización del aborto, dejó en mí un sabor amargo respecto de la democracia fundada en valores que desde pequeño me enseñaron a cultivar.

 

El aborto en estas tres causales ha sido un tema que siempre supimos complejo, y especialmente delicado porque tocaba situaciones dramáticas de mujeres y familias reales. Todos siempre subrayaron esto, lo mismo que la altura de miras que requería esta amplia e inclusiva reflexión necesaria.

 

Sin embargo, la urgencia de los tiempos y el calor del debate llevaron la argumentación, en las salas y en la trastienda, a niveles muy extremos. Un legislador trata a otro de honorable y al mismo tiempo de asesino, o de fanático fundamentalista. Unos se arrogan la virtud del “progresismo” y reprochan el defecto de “conservadores” a los que proclaman que el ser humano en gestación merece una oportunidad para la vida. Unos invocan el derecho humano pensando solo en la mujer, otros solo en el hijo concebido. El argumento propio se afirma en la ciencia y en la antropología, pero el ajeno se descalifica como ideológico o fundamentalista. Y cuando una indicación o una abstención sorprende, cuando un pareo no cuadra, cuando el cálculo de votos no funciona, se reprocha a los honorables como si fueran alumnos de sala cuna… Cómo ayudar a restituir el crédito a la noble actividad política.

 

Son los riesgos de legislar con frenesí, o de anteponer la calculadora electoral a los proyectos país. Cuántos chilenos quisieran que la hora de pabellón que espera durante años avanzara tan rápido como avanzan las leyes al terminar un gobierno. Cuántas chilenas violentadas querrían que sus casos se resolvieran con la extrema urgencia del Parlamento que sesiona de madrugada para despachar los proyectos emblemáticos.

 

Las iras extremas son una señal que no podemos dejar inadvertida. Jurar las penas del infierno a quienes aprueban despenalizar el aborto es tan irrespetuoso como aplaudir y festejar un proyecto que, por más que busquemos disfrazarlo, cuesta una vida humana. 

 

Pareciera que no hemos aprendido lo suficiente. Hace 40 años a la Iglesia le tocó ser amparo y refugio para quienes la dictadura consideró “descartables” (palabra que ha acuñado el papa Francisco). Les refugiamos y presentamos recursos judiciales para garantizar su vida y sus derechos. No les preguntamos si estaban bautizados, ni si eran conservadores o progresistas. Ahora nos tocará dar lo mejor de nosotros para ayudar a quienes optan por la vida y también a quienes hacen una opción distinta. 

 

Una Iglesia que no discrimina, fiel a Jesús el Señor, ha de ser fiel a su misión amparando a otros descartables de hoy: adultos mayores, inmigrantes, mujeres agredidas, menores de edad abusados, pueblos originarios despojados, personas con enfermedades crónicas, todos los vulnerables, los pequeños y predilectos de Jesús.