Queridos amigos!
¡Bienvenidos a esta tercera cápsula formativa! En este mes de junio trabajaremos y profundizaremos en algunas claves teológicas del Antiguo Testamento. El itinerario que hemos venido trayendo comenzó con el concepto y experiencia de la Revelación, es decir, el modo a través del cual Dios se ha dado a conocer a los seres humanos. Luego presentamos la cuestión de la fe, es decir, la respuesta humana a la acción de Dios. Con estas dos primeras cápsulas hemos indicado que el modo a través del cual hacemos experiencia creyente en Dios tiene que ver con una relación interpersonal o una relación de diálogo y amistad. Pues bien: manteniendo esta perspectiva relacional trabajaremos una cuestión particular de dicha vinculación, a saber, la experiencia que el pueblo de Israel tuvo con Dios, experiencias que han sido escritas y transmitidas en lo que conocemos como el Antiguo Testamento. Ahora bien: sería imposible poder condensar toda la teología, toda la espiritualidad y todas las claves que posee el Antiguo Testamento en tan pocas páginas. Para ello hemos decidido articular nuestra exposición en los siguientes momentos: a) la cuestión de Dios en el Antiguo Testamentojunto con algunas claves bíblicas que posee la “primera parte” de la Biblia; b) y finalmente algunas perspectivas en torno a la espiritualidad que nace de la experiencia del pueblo de Israel y que, creo, nos pueden ayudar en nuestra profundización creyente.
Siguiendo las perspectivas de nuestro itinerario lo primero que hemos de indicar es que Dios se reveló o se dio a conocer a un pueblo particular con su historia particular y en él a todo el género humano. El Dios revelado en la historia de Israel tiene la característica principal de acompañar a su pueblo a través de todas las etapas de su historia. La fe en un solo Dios, nota constitutiva de la fe de Israel, no es fruto de una reflexión metafísica ni de una evolución religiosa. Es fruto de la elección de Dios y de una Alianza pactada entre Yahvé e Israel. Es más, este concepto y experiencia de la Alianza constituye el gran concepto teológico de la historia del pueblo judío, idea y vivencia de la cual brota todo. Israel se sabe el pueblo de alianza que fue pactada con un Dios único. Al decir de Ruiz de la Peña (1975): “el concepto teológicamente primario es el de alianza, no el de creación. Yahvé ha escogido a Abrahán y le promete un pueblo y una tierra. La promesa será ratificada por un pacto, en virtud de esta alianza, Dios elige a Israel (…) Antes de formular una doctrina creacionista expresa, Israel se apercibió [de modo reflejo] de que su Dios se había creado un pueblo gratuitamente, de la nada” (p.26). Y, a su vez y como indica Miguel Ángel Ferrando (2004): “la Biblia es la expresión escrita de las experiencias de Dios que el pueblo judío ha hecho a lo largo de su historia” (p.17)
El primer momento de la historia de Israel es la época de los patriarcas. La teología habla de un “monoteísmo práctico” o de una “monolatría”, es decir, de la afirmación de que Dios es uno. Esto es interesante en cuanto el pueblo de Israel coexiste culturalmente con otros pueblos que poseen como vivencia religiosa el politeísmo, es decir, la confesión en una diversidad de dioses. En los relatos bíblicos aparece recurrentemente este enfrentamiento entre el Dios de Israel y los dioses extranjeros (Ex 20,3; Dt 4,35; Dt 32,39; Is 45,18).
Este Dios único es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, los grandes patriarcas de la historia judía. El que Dios sea un “Dios familiar” o un “Dios del clan” (del abuelo, del hijo y del nieto) (Cf. Ex 3,6) permite acentuar la cuestión de que Dios posee la característica de ser un Dios personal (que se relaciona personalmente con los seres humanos). El Dios de los padres es un Dios que lanza a la aventura, al desarraigo de la tierra originaria y a la vivencia de la novedad. Esto queda expresado en el llamado que Dios realiza a Abraham a salir de su tierra y dirigirse con toda su familia a la tierra de la promesa (Cf. Gn 12,1-4).
Con Abraham, patriarca originario de Israel, Dios establece la alianza (Cf. Gn 15,17-18) la cual tiene como base tres elementos: una relación especial con Dios, la promesa de una descendencia y la promesa de una tierra. Antonio Bentué(1986) sostiene que la fe de Israel en Yahvé se refiere fundamentalmente a las promesas hechas por Dios a los padres. La historia del pueblo parte con Abrahán. Este personaje hace la experiencia del contacto con un Dios que lo llama y le promete tres cosas: a) Una tierra (Gn 15,7); b) una descendencia (Gn 15,4); c) y una intimidad especial con él (alianza) (Gn 17,7-8). Junto con ello, estas promesas tienen el carácter de inaugurar la aventura o del éxodo, ya que Abrahán debe salir de su casa paterna a una tierra desconocida a la cual camina sólo movido por la fe. Por ello se le reputará su justicia. También se asume una conciencia de gratuidad, ya que Dios actúa salvando. La tierra es ofrecida por Dios. La descendencia se cumple a pesar de la vejez de Abrahán y de la esterilidad de Sara. La alianza o intimidad con Yahvé se comprende como la entrada libre de Dios a la vida del pueblo representado en Abraham.
El segundo gran momento de la historia de Israel es el Éxodo. En este momento el pueblo confirma su conciencia de ser el “Pueblo de Dios”, el pueblo amado y elegido por Yahvé, nombre revelado por el mismo Dios a Moisés (Cf. Ex 3,14). El nombre Yahvé significa, literalmente, “yo soy el que soy, el que era y el que seré” marcando con ello la permanente presencia de Dios en la historia del pueblo, sobre todo en los momentos de aflicción como fue la esclavitud egipcia. Este pueblo liberado de la esclavitud y abierto a la Pascua (literalmente al “paso”, en hebreo pesaj: paso a la tierra prometida) tiene como momento central de su travesía por el desierto la entrega de los mandamientos que Dios le dio a través del profeta Moisés en el monte Sinaí (Cf. Ex 19,4-6). Debido a la entrega de los mandamientos Israel toma conciencia de que la ley es el signo de fidelidad a Dios y el instrumento de la colaboración del pueblo con Él. Éxodo y Sinaí son las claves para comprender la conciencia de ser el Pueblo de la Alianza a la vez que articulan la comprensión teológica de que Dios es el salvador de su pueblo.
Ya con la instalación de Israel en la tierra prometida el pueblo comienza a organizarse socialmente, primero con la ayuda de los jueces (hombres y mujeres) y luego con la formación de la nación bajo la administración de la monarquía. De ser clanes separados ahora Israel pasa a ser pueblo. Con la administración real vemos cómo Yahvé actúa a través del rey, en el Templo y es Señor de la historia y creador del universo (Cf. 2 Sam 7,14-15). Los profetas forman, con los reyes y los sacerdotes, el trípode sobre el que descansan las instituciones del pueblo judío antes del Destierro de Babilonia (586 a.C).
Yahvé se sirve de ellos para irrumpir en la vida de su pueblo y exigirle fidelidad a la alianza. Los profetas son, antes que nada, intérpretes del presente desde el punto de vida de Dios, en cuyo nombre tienen la certeza de hablar. Ellos conocen los planes divinos en cuanto el Señor se comunica con ellos por medio de visiones, audiciones, éxtasis, sueñosconstituyendo así instrumentos y enviados del único Dios que es tres veces santo (Cf. Is 6,6). Los profetas asumen en sus anuncios de la Palabra de Dios y denuncias de todo aquello que va en contra del querer de Yahvé (las dos funciones del profeta) dos ejes centrales de los mandamientos del Dios único: a) Dios, es dueño del pasado y del futuro, no acepta rivales, perdona y promete, brinda apoyo traducido en la confianza; b) El hombre es el objeto del amor y del cuidado de Dios, al cual debe responder con la justicia y el amor hacia los demás Autores como Ferrando(2004) y Durrwell (1992) sostienen que el profeta es mediador de una presencia, el representante de Dios en su alianza con Israel, el símbolo de esa relación muchas veces tempestuosa con su pueblo. Finalmente, los profetas serán aquellos que ayuden a la reconstrucción espiritual, social y anímica de Israel luego de la gran crisis del exilio a Babilonia y de la destrucción del Templo y de Jerusalén en el 586 a.C. En esta época también aparece la organización en la sinagoga (casa de encuentro) en cuanto no hay templo en Jerusalén.
La crisis del exilio y de la destrucción del Templo y por ende del culto en Jerusalén permitirá el surgimiento de ideas fundamentales en torno al monoteísmo judío sobre todo el tema de la creación y de la restauración. La crisis de Israel en Babilonia es una crisis teológica en donde el pueblo se pregunta si Dios los abandonó o si Dios se fue con ellos al exilio. Por ello en esta época surge con fuerza la teología de la creación propia de Israel: Dios ha creado desde la nada y, así como ha creado de la nada también tiene el poder de reconstruir al pueblo sometido a la fuerza violenta de un imperio extranjero. La palabra del profeta Ezequiel es clave en esta cuestión, sobre todo en el anuncio de la restauración de los huesos secos y de cómo Dios abrirá las tumbas de los desterrados y llevará a su pueblo a la tierra de Israel (Cf. Ez 37,12). En la época de la crisis de Israel también aparecerá con fuerza la esperanza en la restauración definitiva de Dios y en el envío del Mesías-Ungido de Dios que trastocará lo malo y mostrará la justicia y la misericordia de Dios. El mesianismo, con ello, constituye una cuestión fundamental en la experiencia de Israel como pueblo de Dios.
El regreso a la tierra de Israel, la restauración del Templo en la época del rey Ezequías y del profeta Nehemías constituye una etapa de la historia del pueblo en donde Dios se va vinculando a las experiencias del encuentro cultural con el mundo griego y luego romano, ambos imperios que dominaron al pueblo judío. Esta época es la que históricamente se conoce como “inter-testamentaria”, un periodo de 200 o 300 años que “separa” el Antiguo Testamento del nacimiento de Jesús.
La liturgia del Viernes Santo prevé en la Oración Universal una súplica particular por el pueblo judío. Dice la liturgia: “Dios todopoderoso y eterno, que confiaste tus promesas aAbrahán y su descendencia, escucha con piedad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la primera Alianza lleguea conseguir en plenitud la redención”. El que la Iglesia eleve una oración por el pueblo de Abraham, de Isaac y de Jacob indica que la experiencia cristiana reconoce en el Antiguo Testamento, en su tradición, en su experiencia religiosa y en su dimensión cultural una fuente clave en la compresión de la misma Iglesia. Nosotros hundimos nuestras raíces en el pueblo judío: Jesús, María, los discípulos, Pablo y la primera comunidad eran judíos, nacieron, vivieron y murieron como judíos y en un ambiente judío.
En razón de esto el Vaticano II en su Constitución “Dei Verbum” sobre la divina revelación y en su número 3 declara de manera explícita: “en su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego instruyó por los Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador prometido, y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio” (Dei Verbum 3).
Por tanto, ¿qué podemos extraer del Antiguo Testamento y que constituya una fuente de espiritualidad para nuestro cristianismo? En primer lugar, reconocer su estatuto o su identidad propios, es decir, aprender de él, conocer su historia, sus claves de lectura e interpretación y ubicar su teología, su escritura y sus símbolos en su contexto. Pienso que esto es el primer nivel y que si no lo consideramos desvirtuamos el primer testamento. En segundo lugar,reconocer cómo la experiencia de Jesús hunde sus raíces en el Antiguo Testamento. Jesús de Nazaret, hijo del pueblo judío, educado en la fe de los patriarcas y matriarcas, aprendió a amar a Dios desde la gramática religiosa y creyente de su pueblo. En tercer lugar, la importancia de la Alianza, primer concepto teológico de Israel. Dios es el Dios de la comunidad, del pueblo y el pueblo vive la intimidad con Yahvé como un hijo con un padre. Esta Alianza pactada con los patriarcas será luego llevada a su plenitud en el Misterio Pascual de Jesucristo. En cuarto lugar, la vida espiritual de los hombres y mujeres bíblicos. Ellos y ellas son compañeros de nuestros propios itinerarios creyentes. Con ellos y ellas hacemos experiencia en el Dios dado a conocer en la historia de Israel.
Como indica John Drane (1987): “Dios ocupa siempre el centro del escenario, buscando a los hombres, entablando nuevas relaciones con ellos, motivado siempre por su amor generoso. Dios mismo es el factor unificante en el mensaje del Antiguo y del Nuevo Testamento” (p.156). Por lo tanto,el desafío que nos queda a los cristianos es aprender o continuar aprendiendo y profundizando en el amplio mar que es el primer testamento. En él encontramos el origen de la fe judía, nuestras raíces comunes y las perspectivas para mirar la historia desde la perspectiva de Dios.
Para continuar la lectura
John Drane, El antiguo testamento: la fe (Verbo Divino, Navarra 1987)
Juan Luis Ruiz de la Peña, La otra dimensión: escatología cristiana (Sal Terrae, España 1975)
Miguel Ángel Ferrando, Iniciación a la lectura de la Biblia (Ediciones Mundo, Santiago de Chile 2004)
Actividades de profundización
Zoom de profundización
Les dejo la invitación a los lectores a que el día miércoles 21 de Junio a las 18.00 horas nos podamos reunir por la plataforma ZOOM para profundizar, responder preguntas y presentar otras claves en torno al Antiguo Testamento. Para más información sobre aporte solidario por la jornada de formación e inscripción escribir al correo: teologiaenredes@gmail.com ¡Los espero!