Queridos hermanos y hermanas:
Ha llegado marzo, todas las actividades, tanto en lo civil como en lo eclesiástico se reinician, es un tiempo de agobio, pero también de mucha esperanza. En los primeros días de marzo, concretamente el próximo miércoles 8 de marzo, celebraremos el Día Internacional de la Mujer. En todo el mundo habrá diversas celebraciones que pondrán de manifiesto la dignidad y la importancia de la mujer en la construcción de nuestro mundo.
Podemos decir que se está cumpliendo lo que hace cincuenta años dijeron los Obispos al término del Concilio Vaticano II: “Llega la hora, ha llegado la hora, en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga”.
Ante tan gran constatación queda clara la importancia del genio femenino que hemos de saber preservar en bien de la sociedad toda, por lo cual todo lo que atenta contra la mujer es un atentado contra la humanidad.
Como chilenos debemos lamentar que con frecuencia los medios de comunicación nos impacten con hechos de violencia en contra de la mujer; lo curioso que esta violencia muchas veces procede de aquellos que dicen amarlas, ¡que contradicción!, las que más cariño y reconocimiento han de recibir, ven en tantos momentos amenazadas o truncadas sus vidas o conculcados sus derechos.
Esto es algo ante lo cual no podemos resignarnos. Si bien es cierto que al hablar de violencia generalmente se alude a golpes que incluso llevan a la muerte, pienso que la violencia hacia la mujer abarca también otros aspectos como son: el no tener siempre la misma remuneración ante un trabajo hecho con la misma competencia que un varón, el abuso del cuerpo femenino como un medio publicitario, el traficar con la vida de tantas mujeres. Ante esta triste realidad todos debemos protestar y estar atentos para evitarlas.
Ustedes mismas, queridas mujeres, dense a respetar, no callen los atropellos a los cuales puedan verse enfrentadas formen a sus hijos varones, enséñenles a ser hombres que cuidan y valoran la femineidad, la dignidad de cada mujer.
Nosotros, creyentes iluminados por la Palabra de Dios, sabemos que hombre y mujer tienen la misma dignidad y los mismos derechos. Esto queda claro con Jesucristo quien con gestos y palabras nos mostró la grandeza de la mujer. Con cuánto cariño trató a su Madre, con qué delicadeza supo tratar a tantas mujeres que en Él encontraron cariño respetuoso, palabras de aliento y defensa valiente.
Queridas mujeres, sientan la importancia de ustedes, no claudiquen ante lo que ustedes son, la sociedad toda, necesita de la generosidad, arrojo, fortaleza, ternura de ustedes. Ante estos tiempos no fáciles que vivimos, todos necesitamos de fe, creatividad y comunión. Ustedes una vez más tienen que mostrarnos como vencer las dificultades. Hay, a veces, algunas personas que desde fuera de la Iglesia y, a veces, también desde su interior critican porque piensan que en ella, la mujer no ha alcanzado todos sus derechos.
Con los hechos que la historia nos muestra, podemos decir que la mujer ha alcanzado en la Iglesia desde el comienzo una dignidad sin igual. El Papa Paulo VI decía: “En el cristianismo, más que en ninguna otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio”. Como Iglesia recordamos a tantas mujeres valientes de la cual nos habla el Evangelio y no olvidamos que es una mujer, a quien cantamos “¡Mas que Tú, sólo Dios! El recordado Papa Juan Pablo II en una carta dirigida a las mujeres decía: “La Iglesia, da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas, por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad, por las mujeres dedicadas a tantos hermanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por todas ellas tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad”.
El Papa Francisco en la Evangelli Gaudium, así habla de ustedes queridas mujeres: “La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad.
Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque «el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral» y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales.”
Como Obispo en Rancagua, como hijo de una mujer, como sacerdote que a lo largo de mi ministerio he podido apreciar el aporte del genio femenino en la Iglesia y en toda la tarea evangelizadora, quiero a través de esta líneas, junto con saludar y felicitar a cada una de las mujeres de esta querida región, decirles que conozco de sus alegría y penas, sé de la fe que las anima y también de cuantas veces se sienten solas y no valoradas, pero conozco también de la fortaleza que las anima y con la cual son capaces de luchar, salir adelante, siendo generosas en el entregar amor. Gracias por su aporte a nuestra sociedad, por su presencia generosa, alegre y creativa en la Iglesia, por mantener encendida en el corazón de los suyos la llama de la fe. Gracias por lo que son y lo que dan. Que Dios las bendiga, que la Virgen, Bendita entre las mujeres sea su gran modelo y protectora. + Guillermo Vera Soto Obispo de Rancagua