Queridos hermanos y hermanas:
Cada año, en torno al 26 de julio, cuando en la Iglesia celebramos a los santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María, abuelitos de Jesús, se nos invita a poner muy en alto la figura de nuestros adultos mayores.
En los tiempos que vivimos, gracias a los avances de la medicina y a otros factores, la vida se ha prolongado, por lo tanto, nunca en la historia de la humanidad ha habido tantos mayores, y aunque muchos pueden gozar de un merecido descanso no son pocos los que en el mundo pasan a ocupar, en el decir del Papa Francisco, el número de los descartados, incluso en aquellos que pueden tener medios para sobrellevar la vejez pero que sienten la soledad por la lejanía de los suyos.
Ante esta realidad, es bueno que haya iniciativas como este día, o como en nuestro país el mes de octubre, dedicado de manera especial a ellos, ya que al poner de manifiesto la validez de sus vidas, se motiva a la familia y sociedad toda a darles el lugar, la atención y el cariño que ellos merecen. A todos los que caminamos hacia esa edad más madura, es bueno tener presente que la juventud es hermosa, pero la eterna juventud es una alucinación muy peligrosa; la vejez llegará y hemos de prepararnos para ella.
Pensar que podremos de alguna manera permanecer jóvenes es una ilusión, el cuerpo se debilita, nos guste o no y aunque no falten quienes invierten dinero en querer parecer jóvenes, debiéramos aprender a invertir en llenar de vida nuestros años y para eso rezar con la humildad del salmista: “No me rechaces ahora en la vejez, no me desampares cuando me falten las fuerzas, aún tengo que hablar de tu gran poder a esta generación y a las futuras” (Sal 71).
Como sociedad, como Iglesia, hemos de saber valorar la vida y presencia de los mayores, de los abuelos, en medio nuestro. Nos toca a nosotros, custodiar sus vidas, aligerar sus dificultades, estar atentos a sus necesidades, crear las condiciones para que se les faciliten sus tareas diarias y que no se sientan solos. Una de las cosas que hemos de procurar para el bienestar de nuestros mayores y para la salud de nuestra sociedad, es el diálogo permanente de estos con las nuevas generaciones. Los niños y jóvenes han de estar vinculados a sus abuelos como el árbol a su raíz para tener fuerza. Si el peso de la edad es más leve para el que siente respetado y amado por los jóvenes, para estos será más llevadera la vida contando con la experiencia, con las vivencias de los mayores. Es hermoso ver como en nuestras comunidades de Iglesia, hay grupos de adultos mayores; más aún, es hermoso reconocer y no olvidar que fue en la Iglesia donde ellos comenzaron a reunirse y así acompañarse en su vejez, luego los gobiernos y autoridades asumieron y van acompañando con ayudas y políticas públicas esta etapa de la vida, aunque todavía falta mucho por hacer.
Como obispo animo a que en nuestras parroquias se puedan dar encuentros, diálogos, de los adultos mayores con jóvenes y niños, les hará bien escucharse y llenarse todos de vida nueva con ese compartir la vida. Dice el Papa Francisco: “La comunidad cristiana, la sociedad toda, puede recibir mucho de la serena presencia de los mayores.
En cuantas familias los nietos reciben de los abuelos la primera educación en la fe, pero la aportación beneficiosa de los ancianos puede extenderse a otros muchos campos. ¡Cuántos encuentran comprensión y consuelo en las personas ancianas, solas o enfermas, pero capaces de infundir ánimo mediante el consejo afectuoso, la oración silenciosa, el testimonio del sufrimiento acogido con paciente abandono! Precisamente, cuando las energías disminuyen y se reducen las capacidades operativas, estos hermanos nuestros son más valiosos en el designio misterioso de la Providencia.” Les recuerdo algunos textos bíblicos que iluminan esta meditación: “La gloria de los jóvenes está en su fuerza, las canas de la experiencia son el esplendor de los ancianos” Prov.20,29 “Delante de las canas te pondrás de pie. Muestra reverencia por tu Dios” Lev. 19,32 Reza, haz tuyo el salmo 70, la plegaria de un anciano.
Que San Joaquín y Santa Ana, rueguen por nuestros mayores.
Que Dios les bendiga
+ Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua