Queridos hermanos y hermanas:
Cada Domingo, día del Señor, los cristianos nos reunimos junto al altar del Señor para celebrar nuestra fe, la certeza de que el Señor está vivo y camina junto a nosotros. Somos herederos de la fe de los primeros cristianos que venciendo todas las dificultades no dejaban de reunirse el primer día de la semana, el domingo, para celebrar la Eucaristía, la Fracción del Pan como ellos primero la llamaron, tan importante era para ellos esta reunión semanal que van a llegar a decir. “Nosotros sin el Domingo no podemos vivir”.
Leemos en las actas de los mártires: “Sucedió en emperador Galerio, uno de tantos perseguidores de la Iglesia, había prohibido toda manifestación de culto, y ordenó que fuesen cerrados todos los templos. A partir de entonces los cristianos tenían que reunirse a escondidas en sus casas para la misa. La policía imperial había encarcelado a 34 mujeres y a 19 hombres porque los sorprendió celebrando el sacrificio Eucarístico.
Por aquellos días Galerio estaba en Cartago, y el juez remitió los presos al emperador para que el mismo los juzgase.
Galerio mandó azotarlos a todos.
Los acusados decían ¿por qué nos azotas, emperador? No somos ni ladrones ni asesinos, cumplimos la ley de Dios.
No hay más ley que la mía, repuso orgulloso Galerio.
Sobre sus leyes están las leyes del único Dios verdadero, creador del cielo y de la tierra, replicaron.
Estalló entonces la ira del tirano, y ordenó que al que había hablado le torturaran, le encerraran en la cárcel y lo dejaran morir de hambre.
Todavía estaban torturando cuando otro cristiano se acercó al trono del emperador y dijo: yo también soy discípulo de Cristo; me llamo Emerico y mía era la casa donde se celebraba la Santa Misa.
¿Y por qué lo permitiste sabiendo mi prohibición?
Porque nosotros creemos que sobre la autoridad del César está la autoridad de Dios. Y, además los cristianos no podemos vivir sin la Santa Misa.
Ni lo ríos de sangre fueron capaces de vencer a aquellos primeros cristianos”.
Qué grandes ejemplos de fe encontramos a lo largo de los siglos de la historia de la Iglesia, cuántos hermanos y hermanas nuestras han dado su vida profesando su amor a la presencia de Cristo en la Eucaristía, cuántos hermanos han muerto por participar en una Misa.
Nosotros cristianos del tercer milenio hemos de tomar este ejemplo, por eso, el Santo Padre San Juan Pablo II, de venerada memoria, convocó a toda la Iglesia a vivir un año centrado en el misterio de amor que es la Eucaristía, “ya que ella es presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, ella es de lo más precioso que la Iglesia pude tener en su caminar por la historia. La Iglesia ha recibido de Cristo la Eucaristía, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación, porque cada vez que el pueblo de Dios se reúne junto al altar presidido por su sacerdote, todos los que ahí estamos volvemos espiritualmente a aquella hora suprema cuando Cristo en el altar de la Cruz ofreció su vida, su sangre derramada como precio por nuestra salvación. Con que sentimientos de asombro y gratitud hemos de celebrar la Santa Misa cada domingo y cada vez que podamos. En cada Misa que celebramos el Señor nos muestra un amor que llega hasta el extremo, un amor que no conoce medida”
Consideremos la experiencia tan humana, de la despedida de dos personas que se quieren. Desearían estar siempre juntas, pero el deber, el que sea, les obliga a alejarse. Su afán sería continuar sin apartarse, y no pueden. El amor del hombre, que por grande que sea es limitado, recurre a un símbolo: los que se despiden se cambian un recuerdo, quizá una fotografía, no logran hacer más porque el poder de la criatura no llega tan lejos como su querer. Lo que nosotros no podemos lo ha podido el Señor. Jesucristo, perfecto Dios y hombre, en la Eucaristía no nos deja un símbolo, sino la realidad, se ha quedado Él mismo, Verdaderamente la Eucaristía es un misterio que supera nuestro entendimiento y puede ser acogido sólo en la fe.
Pidamos al Señor que haga crecer en nosotros el espíritu de fe y de adoración para participar con más provecho de cada Santa Misa en la cual participamos.
El Papa Francisco ha querido que, en el mes de julio, recién pasado, tuviéramos en nuestra oración la gracia de pedir a Dios que la Eucaristía se convierta en el centro de la vida de todo cristiano, nos invita a tener presente y no olvidar que la Eucaristía no es una oración privada o una bella experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de aquello que Jesús ha hecho en la última Cena. La eucaristía es “memorial, o sea un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección del Señor: el pan es realmente su Cuerpo ofrecido por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros”.
Hermanos, una vez más tomemos conciencia del misterio que celebramos y alejemos así, de la práctica de nuestra fe, la rutina en la cual podemos caer y que nos impide ver y gozar la presencia amorosa del Señor junto a nosotros.
Los que cada domingo y a veces a diario participamos de la Santa Misa, como no pedir perdón por las veces que pudo más la distracción que el amor al Señor, por aquellas veces que hemos comulgado no estando preparados, por las veces que no hemos puesto todo nuestro empeño por hacer de cada Misa un encuentro con Jesús. Sí, pidamos perdón por tantas veces que no aceptamos la invitación a reunirnos junto al altar y preferimos cualquier otra cosa a estar contigo Señor.
Perdón, Señor, porque nosotros sabemos y no siempre actuamos de acuerdo con lo que pide nuestra fe. Señor, sabemos de tu infinita paciencia, sabemos que tú por amor a nosotros te abajaste hasta el extremo y en la hostia consagrada te has abajado aún más de lo que es posible imaginar, pero ahí sigues estando porque nos amas y confías que la fuerza de tu amor no transforme.
Señor, queremos amarte más. Tratarte con más cariño, porque si esto lo logramos estamos cierto que nos será fácil reconocerte y servirte en los hermanos, llevarte con nosotros para que a través nuestro otros puedan conocer de tu amor. Señor, que la participación frecuente y consciente de la Santa Misa, haga que nos parezcamos más a Ti, que tengamos tus mismos sentimientos.
Virgen María, tú que a Jesús le aceptaste en tu vida por la fe y lo supiste tratar con cariño, delicadeza y amor, ayúdanos para que a través de tus ojos sepamos mirar a Jesús y tratarlo en la Eucaristía y en lo hermanos con la misma delicadeza, cariño y fe que tú lo hiciste, para que así a Jesús que ahora vemos oculto en la Hostia Santa un día lo podamos ver cara a cara en la gloria del cielo y junto contigo adorarlo por la eternidad.
Cuando nuestra diócesis camina al Centenario de su creación, como comunidad creyente valoremos y cuidemos nuestra participación en la Eucaristía dominical, como familias cristianas procuremos hacer de ella el centro de nuestra vida de fe; y que como los primeros cristianos podamos sentir que, sin el domingo, sin el encuentro junto al altar, nuestra vida no tiene sentido.
Alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento.
+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua