El 3 de octubre del 2020, el Papa Francisco escribió una carta a la Iglesia y a todas las personas de buena voluntad, llamada “Fratelli Tutti”, palabras usadas por san Francisco de Asís invitando a todos sus hermanos a una vida más comprometida en el amor fraterno.
Sin duda, la fraternidad es algo anhelado por todos, pero no siempre la buscamos o la trabajamos con la intensidad debida. La fraternidad no se alcanzará ni por una ley o decreto, sino por la disposición del corazón que nos lleve a gestos concretos que la hagan posible. La fraternidad una vez alcanzada, al igual que otros bienes importantes en la vida, no debemos pensar que ya la poseemos sin más, sino que es algo que se debe guardar y trabajar a diario, porque siendo un don importante es frágil y hay que saber cuidarla.
La fraternidad es algo que vivimos en primer lugar en la familia, por eso que valiosas son las familias numerosas, donde aprendemos a querernos, a compartir, a pelear y saber perdonarnos, a aceptarnos como somos, a obedecer, a alegrarnos y sufrir juntos. Desde el hogar y la familia sacaremos las luces para poder vivir la fraternidad entre los amigos, compañeros, en la comunidad de la Iglesia y de la patria.
El Papa en su carta, constata como en la historia de la humanidad se han dado muchos pasos hacia una integración y mayor fraternidad, pero quizá porque no los hemos sabido cuidar se van quedando atrás, y vuelven a parecer entre nosotros conflictos y segregaciones que parecían superados. Constata el Papa: “hoy estamos tan conectados, pero no somos más hermanos”. Sin embargo, estamos llamados a construir caminos de esperanza.
Para los que creemos y quienes somos invitados a construir fraternidad, un camino seguro para no errar en nuestro cometido es no perder de vista aquel pasaje del evangelio que conocemos como la parábola del buen samaritano. En ella un hombre es atacado y dejado medio muerto, tirado en el camino, muchos pasan, ven, pero no se detienen; un samaritano, enemigo del herido, sí se detiene y con lo que tiene a su mano: aceite y vino, lava y venda las heridas del caído y sobre todo lo trata con cariño, En ese encuentro y servicio, no sólo son lavadas unas heridas, también se lavan y sanan dos corazones, que antes enfrentados, ahora, en la vulnerabilidad y el servicio se encuentran y se saben hermanos. Si esto lo viviéramos más frecuentemente, entenderíamos que como dice el Papa: el ser humano sólo se desarrolla plenamente en la entrega sincera a los demás. “Si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en una mejor humanidad”.
Qué bien nos haría a nosotros como chilenos hoy, acoger la carta del Papa, a sentirnos y trabajar por ser “todos hermanos”, donde a pesar de las diferencias no pasemos de largo ante las necesidades de los demás, sino que colocándonos a su lado y con lo que tenemos a mano y con la fuerza del amor sepamos servir y hacer que la vida se mejor. Donde a pesar de las diferencias seamos capaces de sentarnos a conversar y aceptando la parte de verdad que el otro tiene, encontrar caminos de entendimiento que nos haga superar las odiosidades y distancias que no tienen “eléctricos”. Hoy lo necesitamos con urgencia, “Fratelli tutti”. Hermanos todos.
Qué Dios los bendiga
+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua