Muy queridos hermanos y hermanas:
En la Iglesia que camina en Chile, cada mes de octubre celebramos el Mes de la Familia, un tiempo en el cual deseamos orar y meditar acerca de esta noble institución, base de nuestra sociedad.
Como creyentes, no olvidamos, que el Mesías Jesús quiso empezar su tarea redentora desde el seno de una familia sencilla, normal. Lo primero que santificó Jesús con su presencia fue un hogar. Ahí había un hombre y una mujer, José y María, entre ellos había un cariño santo, espíritu de servicio, comprensión, total entrega, absoluta fidelidad, un vínculo indisoluble que les hacía emprender juntos un camino, visión sobrenatural y ganas de hacer la vida feliz. Ahí, en ese ambiente Jesús, verdadero Dios, y verdadero hombre, nació creció, aprendió a ser hombre, a trabajar a compartir, y desde esa familia salió a predicar el evangelio.
A la luz de esto, que nos enseña Jesús nos damos cuenta de que la familia es insustituible y, como tal ha de ser defendida con todo vigor. Es necesario hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada. Lo requiere no sólo el bien privado de cada persona, sino también el bien común de la sociedad, de la nación y del estado.
Es al interior de la familia donde se viven las alegrías más grandes y las penas más hondas.
Desde el punto de vista sociológico, la familia es una asociación de personas unidas por el vínculo de la sangre y que vive bajo el mismo techo. Más ampliamente, es el conjunto de personas procedentes de un mismo tronco, de una misma sangre, vivan o no juntas.
En la familia encuentra el hombre satisfacción a sus legítimas aspiraciones y afectos; la familia da lugar al nacimiento de nuevos seres que perpetúan la sociedad: procura el mantenimiento del orden social sin el cual no se podría vivir.
“En toda las razas y culturas, la familia es el primer medio de educación: En efecto, no sólo produce los renuevos que perpetúan la raza, sino que transmite en sus miembros, poco a poco, desde su nacimiento la práctica de la ley moral, sin la cual no podrían gozar, después de la paz ni del pan cotidiano.
La familia introduce al individuo en la sociedad, la provee de los bienes materiales necesarios para la subsistencia, le protege en los riesgos de la existencia, le transmite los valores culturales y le ejercita en el sacrificio, en el trabajo y en todas las virtudes domésticas que lo elevan y ennoblecen.
En el orden social, es además la familia la depositaria y la transmisora de las tradiciones culturales y políticas del pueblo, que van pasando de generación en generación.
“La familia contiene en sí los gérmenes de la sociedad civil y es en gran parte donde se juega la suerte de los Estados”, León XIII.
“Una nación espiritualmente fuerte, verdaderamente soberana, está formada siempre por familias fuertes, conscientes de su vocación y de su misión en la historia”, J.P. II.
Si se atiende a la génesis del Estado, se verá que este tuvo su origen, de uno u otro modo, en entidades preexistentes cuya materia prima era la familia. Bien entendido, ningún grupo humano privado tiene carácter tan básico, es fuente de vida tan auténtica y desbordante para la nación y para el Estado, como la familia, que tiende a penetrar en los cuerpos intermediarios de la nación y a influenciarlos.
“Tal será la sociedad cuales las familias y los individuos de que consta, como el cuerpo se compone de sus miembros” PIO XI.
Desde el punto de vista religioso, que no difiere, sino que ilumina lo anteriormente expuesto, podemos decir que el origen de la familia se debe a la disposición natural del hombre y a la voluntad positiva de Dios, que dispuso la conservación de la especie humana por el matrimonio.
La familia es la forma básica de la sociedad. Es la principal escuela de todas las virtudes sociales. Es el semillero de la vida social, pues es en la familia donde se ejercita la obediencia, la preocupación por los demás, el sentido de responsabilidad, la comprensión, la ayuda.
La familia constituye una verdadera comunidad de vida, amor trabajo, preocupaciones y necesidades; tiene por objeto el pleno desarrollo humano de sus miembros. El amor y el respeto mutuo hacen posible la paz y la armonía en el hogar.
La formación humana, íntegra, de sus miembros es la contribución que la familia, como institución primaria fundada por el mismo Dios, presta a la sociedad y a la Iglesia.
Por la Revelación, el dato de la fe, sabemos que el matrimonio y la familia sufrieron la perturbación, causada por el pecado original, se apartó a la familia de su fin y de su idea originaria. Sólo el cristianismo, a través de constante esfuerzos, logró renovarla y ennoblecerla jurídica y moralmente.
Independiente de la voluntad humana y del poder del Estado, la familia tiene derecho a la propia libertad de constitución y desarrollo para la realización de sus fines naturales. Este derecho es lógica y temporalmente anterior al estado, pero como la familia no es una sociedad perfecta, necesita de la protección y ayuda de éste y de la Iglesia.
EL MATRIMONIO Y SUS FINES:
“El amor entre hombre y mujer, se reconoce es natural: el hombre, de hecho, es por naturaleza más inclinado a vivir en pareja que a asociarse políticamente, en cuanto la familia es algo anterior y más necesario que el Estado…Los progenitores aman a los hijos, de hecho, porque los consideran parte de sí mismos, y los hijos aman a los padres, porque son algo que de ellos deriva…Los hijos son un vínculo, son un bien común de los esposos, y lo que es común, mantiene unidos”.
Podrían ustedes quizá pensar que se trata de alguna consideración pastoral. Aquí en este escrito se manifiesta con toda su fuerza lo que hay que reconocer como natural. El texto anterior no fue escrito por ningún cura, ni piadoso laico, fue escrito por Aristóteles en su Ética a Nicómaco (366 A.C.)
NUESTRA PAÍS Y LA FAMILIA:
Quiero terminar mi exposición con algunos puntos tratados por los obispos de Chile en una carta pastoral dirigida a las familias:
“Como miembros de la familia global nos encontramos ante evidentes cambios…Experimentamos una mutación que afecta el valor de la vida, de la sexualidad y el sentido del amor, la concepción de la familia y de la vida de pareja… La sed de afirmar la propia identidad, de autoestima y autorrealización, a veces acompañada de un individualismo exasperado…estas concepciones tienen consecuencias en el ámbito del matrimonio, entendido con sus características de indisolubilidad y unidad. No faltan quienes consideran que las convivencias transitorias sean el ideal y se considera, incluso, que puedan formar un “matrimonio”, y así una familia, también dos personas del mismo sexo que desean convivir establemente. En este contexto cultural y antropológico hay quienes consideran el matrimonio –no sólo el religioso sino también el civil- como un freno insostenible a la libertad…
Creemos que la educación de los jóvenes en los bienes del matrimonio es una tarea de todas las instituciones educativas. La educación para la gratuidad y el compromiso es fundamental y ha de hacerse desde el primer momento de la infancia. Más aún, creemos que también el estado debe llevar adelante una política en viene de la familia, pero de modo eficaz. ¿Cuál es hoy la política en Chile en bien de la familia? ¿Cuántos recursos económicos se destinan a los matrimonios en formación, a las familias ya constituidas, a la solución de crisis matrimoniales? ¿Cuántos esfuerzos se realizan para regular el trabajo y las remuneraciones, de modo que favorezcan una fecunda convivencia en el hogar? ¿Cuántas iniciativas para proteger el descanso dominical?” (Matrimonio y Familia. 2005).
Es hora de luchar por el bien de la familia, defendiéndola de todos aquellos ataques que pretender sembrar en su seno la semilla de la desintegración. Se ha comprobado que la salud de una sociedad depende de la salud de sus familias. De aquí que los ataques directos a la familia como es el caso de la introducían del divorcio en la legislación son ataques a la sociedad misma, cuyos resultados no se hacen esperar.
Es la hora de la fidelidad para no permitir la desintegración. Es la hora de fidelidad para no permitir la destrucción de una institución divina que garantiza el cariño y la educación del hombre desde que nace.
Por la fe y la enseñanza de la Iglesia, los cristianos tenemos un conocimiento más exacto de lo que es el matrimonio, de la importancia que tiene la familia, para cada hombre y la sociedad entera. De ahí se desprende nuestra responsabilidad. Con nuestra conducta, con nuestra palabra y con nuestro ejemplo, hemos de defender el matrimonio.
La familia tiene derecho a su reconocimiento y a la protección social. La necesidad de la familia para la sociedad exige el reconocimiento de su derecho a la estabilidad y al desarrollo de su propia vida, y la ayuda subsidiaria del estado en aquellas materias donde no puedan llegar los propios recursos: educación, ayudad a las familias numerosas, etc.
“Reconocer y ayudar a la familia es uno de los mayores servicios que se pueden prestar hoy en día al bien común y al verdadero desarrollo de los hombres y de las sociedades, así como la mejor garantía para asegurar la dignidad, la igualdad y la verdadera libertad de la persona humana.” Benedicto XVI.
Dios les bendiga
+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua