Obispo de Rancagua, monseñor Guillermo Vera Soto reflexiona sobre los adultos mayores
Muy queridos hermanos y hermanas:
Cada año en octubre tenemos la oportunidad de manifestar nuestro cariño y agradecimiento a las personas mayores. Son múltiples las actividades que ponen de manifiesto la valía de los abuelos en la familia y la sociedad. Hace unos días tuve la oportunidad de encontrarme con un grupo numeroso de hombres y mujeres mayores y celebrar con ellos el don de la fe. Impresiona constatar la alegría y fortaleza que manifiestan sobre todo con el hecho de encontrarse y compartir la vida. Tarea nuestra será lograr que en nuestras familias y comunidades ellos puedan tener esos lugares agradables donde puedan transcurrir sus años y desde puedan aportar con su palabra y ejemplo al bien de las nuevas generaciones.
En la sagrada escritura se nos dice: “ponte de pie ante las canas”, honrar a las personas mayores supone un triple deber hacia ellos: acogerlos, asistirlos, y valorar sus cualidades. Es preciso convencerse de que es propio de una civilización plenamente humana respetar y amar a los ancianos, porque ellos se sienten a pesar del debilitamiento de las fuerzas, parte viva de la sociedad. Ya observaba Cicerón que “el peso de la edad es más leve para el que se siente respetado y amado por los jóvenes”.
“Todos conocemos ejemplos elocuentes de ancianos con una sorprendente juventud y vigor de espíritu. Para quien los trata de cerca, son estímulo con sus palabras y consuelo con el ejemplo”.
El Papa Francisco es sin duda un gran ejemplo de lo que digo y aunque sintiendo el peso de los años, lo vemos vital y comprometido en el anuncio del evangelio y en la transformación de nuestro mundo. En muchas ocasiones el Papa ha manifestado lo necesario de poner en contacto a los mayores con los niños y jóvenes y que así en el compartir experiencias, los primeros se llenen de vitalidad y los segundos de sabiduría para enfrentar la vida.
Los ancianos pueden darles a los jóvenes mucho más de cuanto puedan imaginar. El libro del Eclesiástico dice: “No desprecies lo que cuentan los viejos, que ellos también han aprendido de sus padres”, qué bien parece la sabiduría de los viejos.
Que, en nuestras familias, lo abuelos sean queridos y apreciados, que no se sientan solos, que se les escuche, que sientan que no son una carga sino un regalo. Que aquellos aquejados por el deterioro de la salud y de los años puedan sentir que sus vidas siguen teniendo sentido para los suyos y por eso se les cuida con amor. ¡Bienaventuradas las familias que así proceden!
La comunidad cristiana, la sociedad toda, puede recibir mucho de la serena presencia de los mayores. En cuantas familias los nietos reciben de los abuelos la primera educación en la fe, pero la aportación beneficiosa de los ancianos puede extenderse a otros muchos campos. ¡Cuántos encuentran comprensión y consuelo en las personas ancianas, solas o enfermas, pero capaces de infundir ánimo mediante el consejo afectuoso, la oración silenciosa, el testimonio del sufrimiento acogido con paciente abandono!
Al hacer hoy memoria agradecida de nuestros adultos mayores, como obispo no puedo dejar de recordar y agradecer a las tres comunidades religiosas que, en Santa Cruz, San Fernando y Rancagua, mantienen Hogares donde hay hermanos y hermanas ancianas que, al no poder ser atendidos por los suyos, reciben en estos el cariño, el cuidado que merecen de acuerdo con su dignidad. Estas religiosas junto a sus colaboradores hacen sentir la ternura de Dios a estos abuelos. Como obispo me alegro y les invito a rezar para que pronto pueda ser realidad que Fundación Las Rosas, obra de la Iglesia, pueda construir Hogares en Malloa y Doñihue, donde muchos ancianos puedan ser acogidos y cuidados. Es hermoso ver como la Iglesia procura siempre saber estar con quienes lo necesitan y cuidar así el tesoro que es cada vida.
Hermanos y hermanas, cuidemos de nuestros mayores, alegrémonos de tenerlos, llenemos sus vidas de cariño.
Dios les bendiga.
+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua