• “María nos enseña, el valor de la vida de familia, siendo ella el corazón de una familia sin igual. Ahí supo de amores limpios, de trabajos grandes, de alegrías sanas, de dolores fuertes, y de fe iluminadora”, expresa el obispo de Rancagua, Monseñor Guillermo Vera en su mensaje a la comunidad.
Hermanos y hermanas
Toda familia se siente feliz, cuando uno de los suyos logra en la vida superarse y llegar quizá, donde ninguno de ellos había podido.
La Iglesia es la familia de Dios, es el Pueblo de Dios que encamina sus pasos hacia la plenitud del encuentro con Dios. En el caminar de esta gran familia, hay algunos que se nos adelantan y nos animan con el ejemplo de sus vidas y con la ayuda de su intercesión, estos son los santos. Entre ellos destaca Aquella que llamamos la reina de los santos y que es la Virgen María, cuya Asunción a los Cielos celebraremos como cada año el 15 de agosto, día feriado y que los católicos celebramos participando de la Santa Misa.
Al mirar la Virgen, no sólo los creyentes hemos de sentirnos contentos con su vida y destino, también la humanidad entera ha de alegrarse de que una de los suyos haya llegado tan alto.
En efecto, María es miembro de la raza humana, uno de nosotros, pero que con docilidad a Dios hizo de su existencia un canto de alabanza.
María, mujer sencilla, alegre, servicial, limpia de corazón, capaz de unir siempre, de entregar esperanza, de no sucumbir ante el mal, mujer creyente, generosa, que sabe abandonarse en las manos de Dios, mujer fuerte, trabajadora, así nos la muestra el evangelio. Ella supo vivir en este mundo amándolo, pero dándose cuenta de que la plenitud de la vida se encuentra sólo en Dios, amó este mundo, pero supo no dejarse manchar por lo que en él hay de mal, sufrió el mal, pero no sucumbió ante él.
María nos enseña, el valor de la vida de familia, siendo ella el corazón de una familia sin igual. Ahí supo de amores limpios, de trabajos grandes, de alegrías sanas, de dolores fuertes, de fe iluminadora.
La vida de María fue amar y servir. Amar a Dios y demostrarlo en una vida consagrada a su servicio y a la de sus hermanos. En Ella, se ha cumplido lo que Dios promete a quienes le son fieles: “quiero que donde yo esté estén también ustedes y contemplen mi gloria”. Nosotros, los cristianos católicos, creemos que la Virgen, la Inmaculada Madre de Dios, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. N o pudo haber conocido la corrupción del sepulcro quien había concebido en su seno al autor de la vida, a Jesucristo, por eso afirmamos que Ella goza de la gloria de Dios, con su cuerpo glorificado, como lo será también el nuestro al final, si somos fieles
Los que todavía caminamos en esta tierra, miramos a la Virgen con cariño y admiración, la sentimos cerca, porque al estar tan cerca de Dios la sabemos también muy cerca de nuestras vidas y necesidades. En esta fiesta de la Asunción que renazca en el corazón de los creyentes la esperanza, que nos demos cuenta la gloria a la cual estamos invitados, si somos capaces de amar y servir a semejanza de Jesús y de María. Nosotros que vivimos en una sociedad donde tanto culto se le rinde al cuerpo, no olvidemos que este cuerpo nuestro está llamado a resucitar y que su gloria será más grande en la medida que mejor hayamos amado y servido.
María, es luz en nuestro camino.
Qué Dios les bendiga,
+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua