La fidelidad de los laicos desde que se formó esta parroquia es uno de los aspectos más destacados de la comunidad.
Decenas de personas caminaron en procesión junto a los sacerdotes de la Orden Madre de Dios, desde la capilla San Benito hasta la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Rancagua, para participar activamente en la Eucaristía y dar gracias a Dios y a la Carmelita por su presencia durante 70 años en esa parroquia de Rancagua.
El delegado general en Chile de la Orden Madre de Dios, R.P. Alejandro Abarca, explicó que la parroquia El Carmen de Rancagua es la segunda parroquia que se creó después de la Catedral de la ciudad.
“La parroquia El Carmen recibió la oleada de mineros que venían desde Sewell y Caletones de División El Teniente. Toda la gente del cobre que bajó de los campamentos, que vivió prácticamente aislada, fue la que formó las poblaciones Rancagua Norte y Manso Velasco, que atendía nuestra parroquia y que se extendió luego hasta la población Marco Schiaponni, que hoy atiende la Parroquia San Agustín de Hipona”, explica el padre Alejandro.
La fidelidad de los laicos desde que se formó esta parroquia es uno de los aspectos que destaca el delegado general de la Orden Madre de Dios, padre Alejandro Abarca, quien también fue párroco de esta comunidad eclesial años atrás.
Resalta también el desarrollo de la catequesis, que se ha realizado en la parroquia. Cuenta que durante los 42 años que estuvo como párroco del padre Vito Gianfreda (Q.E.P.D), potenció mucho esta área. “La catequesis estaba organizada de forma brillante, desde el campo hasta la ciudad, incluso se desarrollaba en algunos casos en el domicilio del catequista, lo que generó una oleada de catequistas de generación en generación, era una cosa brillante”, asevera.
El padre Alejandro señala sobre el carisma de la Orden Madre de Dios que “nosotros estamos insertos en la Diócesis de Rancagua y compartimos y participamos en todas las iniciativas que ésta desarrolla”. Cabe señalar que durante estos 70 años, la parroquia El Carmen ha atendido de forma ininterrumpida el Hospital de Rancagua; y aunque suene contradictorio, los funerales, ya que la gente sabe que siempre hay alguien en la comunidad sacerdotal que los puede ayudar.