Palabras del Pastor

En Noviembre: Meditar sobre la realidad de la muerte y orar por todos los difuntos

El obispo de Rancagua, monseñor Guillermo Vera, invita a que al visitar a nuestros seres queridos fallecidos en el cementerio este 1 de noviembre vayamos “con espíritu de fe, agradeciendo a Dios por quienes tanto nos dieron y pidiendo que puedan gozar de la vida inmortal".
Queridos amigos y amigas: 
 
Durante el mes de noviembre que vamos a iniciar, la Iglesia medita sobre la realidad de la muerte y ora por todos los difuntos. Para iluminar la realidad de la muerte que a todos nos preocupa, pero en la cual no siempre meditamos lo suficiente, quizá por temor, es que comparto con ustedes un hermoso y profundo texto que un documento del Vaticano llamado Gaudium et spes nos regala.
“El enigma de la condición humana alcanza su vértice en presencia de la muerte. El hombre no sólo es torturado por el dolor y la progresiva disolución de su cuerpo, sino también, y mucho más, por el temor de un definitivo aniquilamiento. El ser humano piensa muy certeramente cuando, guiado por un instinto de su corazón, detesta y rechaza la hipótesis de una total ruina y de una definitiva desaparición de su personalidad. La semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se subleva contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no logran acallar esta ansiedad del hombre: pues la prolongación de una longevidad biológica no puede satisfacer esa hambre de vida ulterior que, inevitablemente, lleva enraizada en su corazón”.
Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, adoctrinada por la divina revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz que sobrepasa las fronteras de la mísera vida terrestre. Y la fe cristiana enseña que la misma muerte corporal, de la que el ser humano estaría libre si no hubiera cometido el pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre la salvación perdida por su culpa. Dios llamó y llama al hombre para que, en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina, se adhiera a él con toda la plenitud de su ser. Y esta victoria la consiguió Cristo resucitando a la vida y liberando al hombre de la muerte con su propia muerte. La fe, por consiguiente, apoyada en sólidas razones, está en condiciones de dar a todo hombre reflexivo la respuesta al angustioso interrogante sobre su porvenir; y, al mismo tiempo, le ofrece la posibilidad de una comunión en Cristo con los seres queridos, arrebatados por la muerte, confiriendo la esperanza de que ellos han alcanzado ya en Dios la vida verdadera.
Ciertamente, urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el mal, a través de muchas tribulaciones de sufrir la muerte; pero, asociado al misterio pascual y configurado con la muerte de Cristo, podrá ir al encuentro de la resurrección robustecido por la esperanza.
Todo esto es válido no sólo para los que creen en Cristo, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible; puesto que Cristo murió por todos y una sola es la vocación última de todos los hombres, es decir, la vocación divina, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo que sólo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual.
Éste es el gran misterio del hombre, que, para los creyentes, está iluminado por la revelación cristiana. Por consiguiente, en Cristo y por Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que, fuera de su Evangelio, nos aplasta. Cristo resucitó, venciendo a la muerte con su muerte, y nos dio la vida, de modo que, siendo hijos de Dios en el Hijo, podamos clamar en el Espíritu: "¡Abba!" (Padre).
En este 1 de noviembre visitemos nuestros cementerios con espíritu de fe, agradeciendo a Dios por quienes tanto nos dieron y pidiendo que puedan gozar de la vida inmortal. Que al recordar a los que ya han muerto, pensemos en que la “hermana muerte” también se acercará nosotros, y que cuando ella llegue pueda llevarnos al encuentro con el Dios de la vida y con quienes nosotros vivieron. 
 
 
¡A los que han muerto, dales oh Dios el descanso eterno y brille para ellos la luz de la eternidad!
Les bendice,
 
+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua