Un sacerdote estaba en su parroquia al mediodía, y al pasar por junto al altar decidió quedarse cerca para ver quién venía a rezar. En ese momento se abrió la puerta, y el sacerdote vio a un hombre acercándose por el pasillo. El hombre se notaba que venía de algún trabajo cansador, se arrodilló, inclinó la cabeza, estuvo así un momento y luego se levantó y se fue. Durante los siguientes días el mismo hombre, siempre al mediodía, entraba en la iglesia, se arrodillaba brevemente y luego volvía a salir. El sacerdote curioso, salió un día a su encuentro y le preguntó: “¿Hermano, ¿qué haces aquí cada día cuando vienes a la iglesia?". El hombre dijo que trabajaba y tenía media hora libre para el almuerzo y aprovechaba ese momento para rezar. "Sólo me quedo unos instantes, sabe, porque la fábrica queda un poco lejos, así que solo me arrodillo y digo: Señor, sólo vengo para contarte lo feliz que me haces porque creo que Tú me amas, me perdonas mis pecados; no sé muy bien rezar, pero pienso en Ti todos los días, así que, Jesús, éste es Pedro a tu lado". El sacerdote se conmovió y dijo a Pedro que le alegraba mucho eso y que era bienvenido en la iglesia siempre que quisiera.
El sacerdote al quedar solo se arrodilló ante el altar, emocionado, y sintió que las lágrimas corrían por sus mejillas, y en su corazón repetía la plegaria de Pedro: Señor, sólo vengo para contarte lo feliz que me haces, porque creo que me amas que me perdonas mis pecados; no sé muy bien rezar, pero pienso en Ti todos los días, así que, Jesús, éste soy yo, un Cura a tu lado. Un tiempo después, el sacerdote notó que Pedro no había venido. Los días siguieron pasando sin que Pedro volviese para rezar, por lo que comenzó a preocuparse, hasta que un día fue a la fábrica a preguntar por él. Allí le dijeron que él estaba enfermo, que, pese a que los médicos estaban muy preocupados por su estado de salud, todavía creían que podía sobrevivir.
El tiempo que Pedro estuvo en el hospital sonreía todo el tiempo y su alegría era contagiosa. La enfermera no podía entender por qué estaba tan feliz, ya que nunca había recibido visitas. El sacerdote que un día llegó a visitarlo se acercó al lecho, y Pedro junto con agradecer su visita le dijo: "La enfermera piensa que nadie viene a visitarme, pero no sabe que todos los días, desde que llegue aquí, a mediodía, un querido amigo mío viene, se sienta aquí en la cama, me agarra de las manos, se inclina sobre mí y me dice: Sólo vine para decirte, Pedro, lo feliz que soy con tu amistad y perdonando tus pecados. Siempre me gustó oír tus plegarias, y pienso en ti cada día... Así que, Pedro, éste es Jesús a tu lado".
Esta historia nos recuerda aquellas palabras de Jesús: “no los dejaré solos”, “ Yo estoy con ustedes todos los días”, “no tengan miedo”.
No dudemos de la cercanía de Jesús, el amigo fiel, pero cuidemos parecernos un poco más a Pedro de la historia y cada día en el silencio del corazón en cualquier lugar y muchas veces junto al Sagrario de nuestras iglesias podamos decirle a Jesús “Aquí estoy”. La amistad, el cariño, también la amistad con Dios la fe, requiere cercanía, presencia, diálogo, confianza. Cuidemos nuestro trato diario con Dios y nunca estaremos solos.
Que Dios les bendiga,
+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua