Durante la mañana del Miércoles Santo los sacerdotes que ejercen su ministerio en la Diócesis de Rancagua se reunieron en la Casa de Ejercicios de Pelequén para participar en una eucaristía, una reflexión y un compartir fraterno, acompañados del administrador apostólico, monseñor Fernando Ramos Pérez. Posteriormente, a las 19 horas, celebraron la Misa Crismal en la Catedral de Rancagua.
Un templo colmado de fieles los recibió y participó de cada uno de los momentos de la Eucaristía, que fue presidida por monseñor Ramos. “Justo cuando nos encontramos a mitad de la Semana Santa y a punto de entrar en el Triduo Pascual, momento litúrgico cumbre de la celebración del misterio central de nuestra fe, el Misterio Pascual, nos reunimos en la Iglesia Catedral de nuestra diócesis para celebrar la Misa Crismal. Esta celebración, unida tan fuertemente a este momento, posee además un doble significado que la constituye en una Misa muy especial: por una parte los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales y, por otra, consagramos el Santo Crisma y bendecimos el óleo de los enfermos y el óleo de los catecúmenos”, señaló al inicio de su homilía monseñor Ramos.
Se refirió también a la crisis que ha habido en nuestra Iglesia. “Es cierto que nos ha tocado vivir un tiempo muy difícil para la Iglesia universal, chilena y también diocesana. Un tiempo particularmente difícil para los sacerdotes. Es cierto que algunos miembros del clero han cometido actos que son inaceptables; eso no lo podemos esconder ni negar: el pecado es pecado, el delito es delito y cada uno debe asumir las consecuencias de sus actos. Pero algo muy distinto es que se extienda una mancha de duda en todos los sacerdotes o que se les quiera cuestionar en su identidad y misión por el solo hecho de haber recibido el sacramento del orden. Esto ha producido en muchas personas un tránsito desde el cariño por los sacerdotes a la sospecha por ellos, produciendo en muchos presbíteros un sentimiento de ser cuestionados y criticados permanentemente.
Recordó a los presentes que “nuestra vocación de presbíteros se basa en un llamado del Señor a estar con él y ser enviados por él. No somos enviados a hacer cualquier cosa, ni a repetir modelos o estilos ajenos al de Jesús. Somos enviados por Cristo a vivir lo que él vivió. De esta perspectiva, las palabras dichas por Jesús en la sinagoga de Nazaret se transforman en nuestras propias palabras. Por eso, no sólo somos objeto o destinatarios de lo dicho y hecho por Jesús, sino también somos sujetos con él de lo que él dice y hace”.
Hizo hincapié en que a pesar de que ha pasado el tiempo, hay sentimientos que se repiten “hoy en nuestras parroquias, comunidades y servicios pastorales volvemos a encontrar los mismos sueños, dolores, esperanzas y anhelos de las personas en tiempos de Jesús. Seguramente cambian algunas cosas, no en vano han pasado dos mil años. Pero la naturaleza humana sigue siendo la misma; las oscuridades que ensombrecen el corazón humano no son muy distintas a las que habían en la época del Señor. El ser humano que crece en su conocimiento y muta en muchos aspectos, finalmente sigue siendo el mismo en todo tiempo y lugar. Es allí donde estamos nosotros, con una esperanza renovada y un entusiasmo que brota desde la resurrección del Señor. No podemos desentendernos de las necesidades humanas; hemos de salir al encuentro de las miserias contemporáneas que golpean nuestra vocación”, destacó.
Luego de la homilía los presbíteros renovaron con fe y esperanza sus compromisos sacerdotales y manifestaron su cercanía al obispo. Esto se realiza en la diócesis un día antes, ya que el Jueves Santo, cuando se conmemora la institución del sacerdocio realizada por Jesucristo en la Última Cena, muchos de los párrocos tiene compromisos en sus propias parroquias.
Durante la misa, el obispo Ramos consagró el Santo Crisma y bendijo los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, los cuales fueron repartidos posteriormente a cada uno de los decanos de la Diócesis de Rancagua.