Testimonio de amor y entrega a Dios y a la Virgen

Martes 01 de Octubre del 2024
La señora Rosa Aurora Canales Loiza partió a su encuentro con el Padre, pero dejó una profunda huella en quienes compartieron su vida.
 
La señora Rosa Aurora Canales Loiza nació en Rancagua el 10 de agosto de 1933, hija de Aurelio (originario de Coinco) y de María Elena (originaria de Teno). Fue la segunda de seis hermanos. Vivió en el campamento de Sewell, donde su padre trabajaba como minero en El Teniente. Cursó la Preparatoria en la escuela de las Hijas de María Auxiliadora, de espiritualidad salesiana, en la ciudad de Santiago. Retornó a Sewell, donde se casó con Juan Bautista Yáñez en 1954. Fue madre de ocho hijos: Hugo (sacerdote diocesano); Juan Bautista y José Antonio (gemelos fallecidos a los pocos días de nacer); Héctor, María Elena y Verónica, todos ellos nacidos en el campamento. Y finalmente Edith y Paulo, ambos nacidos en Rancagua y ya fallecidos. Se radicó con su familia en Rancagua en 1965. 
Participó y frecuentó la Eucaristía, los sacramentos y las expresiones de devociones religiosas en diversas parroquias, comenzando en la de Sewell hasta 1965; y en Rancagua en la capilla del Verbo Divino de Rancagua Sur de la parroquia San José Obrero; y en las parroquias San Francisco, El Sagrario y Santo Cura de Ars, participando además en el Grupo de Oración de las Pequeñas Almas y en el Secretariado del Apostolado del Rosario. Falleció en Rancagua el domingo 1 de septiembre de 2024 a la edad de 91 años. 
Les entregamos algunos testimonios de quienes la conocieron, que dan cuenta de su profunda fe y entrega a Dios. 
 
TESTIMONIOS
 
Padre Aquiles Correa Reyes:
“Durante catorce años fui testigo del amor, devoción y piedad de la señora Rosita Canales, quien llegaba a la catedral de Rancagua y al monasterio de las Madres Adoratrices para celebrar la Santa Misa. Siempre llegaba antes para prepararse para el encuentro con el Señor Sacramentado. Una mujer eucarística y de oración. Varias veces me quedé observándola porque transmitía paz y confianza en el Señor. En la capilla de las Madres Adoratrices siempre se sentó en el mismo lugar y durante los catorce años que allí fui capellán los días jueves, siempre estaba rezando el Santo Rosario. Muchas veces la vi que terminaba un rosario y lo guardaba, pero de sus bolsillos sacaba otro y comenzaba de nuevo a rezar. Un día le consulté y me dijo que rezaba por las personas que le habían regalado ese rosario nuevo.
Cuando supe de su pascua, recé por su eterno descanso, así como tantas veces ella lo hizo por mí, por varios sacerdotes y por otras personas. Al mirar su amor al Señor y a la Virgen, sin duda que en su vida Dios pasó haciendo su obra. Dicen que en cada madre hay algo de la ternura de Dios. En la vida de Rosita, ella transmitía eso”. 
 
Padre Héctor Pulgar Quintanilla:
“Una mujer pequeña de estatura, pero de un gran corazón. La señora Rosa era una mujer piadosa y de profunda fe, cuyo corazón latía al ritmo de la Santa Misa. Para ella cada Eucaristía era un encuentro directo con Dios, un momento sagrado que nutría su alma y la fortalecía para afrontar las pruebas de la vida. Su devoción a la Santísima Virgen María era inquebrantable; encontraba en Ella consuelo y guía, viéndola como una madre amorosa a quien recurrir en todo momento. Rezaba el Rosario con fervor, meditando en cada misterio con una entrega total, buscando seguir los pasos de María en su amor y humildad. Dedicaba su vida a la oración y a la contemplación de los misterios divinos, y en su silencio encontraba la paz y la sabiduría que solo la fe puede ofrecer. Esta profunda vida espiritual la hacía irradiar una luz de esperanza y amor a quienes la rodeaban, siendo para todos un ejemplo viviente de bondad, misericordia y entrega absoluta a la Voluntad de Dios”. 
 
Padre Osvaldo Rodríguez Pérez:
“La Rosita, una mujer con una experiencia de Dios tan grande, un amor a la Virgen María, que se hacía visible con sus rosarios, que guardaba en los bolsillos de sus vestidos. Para la misa de las 8 de la mañana en la catedral llegaba a las 7 y a esa hora ya estaba rezando un santo Rosario. Guardaba uno y sacaba otro rosario para seguir rezando. Ella, una humilde mujer, piadosa, de baja estatura, pero con un corazón inmenso para el Señor y la Santísima Virgen. Ella rezaba mucho por nosotros los sacerdotes, y no me cabe duda alguna de lo orgullosa que se sentía al ser la madre de uno de ellos. Rosita es el fiel testimonio de que sí es posible llevar una vida de piedad y de confianza en el Señor y en la Virgen”.
 
Padre Cristian Salazar Angulo:
“San Francisco de Asís con frecuencia pasaba la noche entera rezando ante el Santísimo Sacramento. Una noche se le aparece Cristo y después de esto el santo dice: “Los mandaré a todos al Paraíso”. Estaba convencido más que nunca del poder de la oración para salvar almas. Nuestra hermana Rosa Aurora, a quien conocí, fue una mujer sencilla, de silencio y de mucha oración. Ella vivió una profunda fe en Dios, regada por la oración, por la Eucaristía, la Adoración, el rezo del santo Rosario. Ella creyó en el poder de la oración por los demás. Quiero dar gracias a Dios por haber conocido a la señora Rosa, quien desde que iniciamos nuestra entrada al Seminario Cristo Rey con su hijo, y ahora hermano en el sacerdocio de Jesús, padre Hugo, no me soltó de su oración y por tantas y tantas personas por las que ofreció sus oraciones. Gracias, Señor, por su vida y entrega. Que su alma descanse en el Amor de Dios y en la compañía de la Virgen María y de los santos. Que ella siga rezando por todos nosotros desde allá”. 
 
Irma Dinamarca Suárez: 
“Lo que más me admiraba en la Rosita era su gran amor a la Eucaristía y su gran devoción en las oraciones. También su perseverancia. Siempre estuvo presente en la misa de las 8 de la mañana en la Catedral, hasta las ultimas semanas antes de enfermarse. Siempre elegia las últimas bancas, nunca en las de más adelante”.