La visita de la réplica de la Virgen de Fátima a nuestro país entre Septiembre del 2019 y Mayo del 2020, ha generado una expectación y un reavivamiento de la fe en el Pueblo de Dios. De alguna manera el tocar, el ver, el besar, el cantar y el saludar a la imagen, constituyen un interesante espacio antropológico, teológico y eclesial que permite que el sentido vuelva a florecer en medio de la crisis eclesial que vivimos. ¿Por qué la imagen de la Madre de Dios puede ser un espacio de revitalización de nuestro cristianismo y, consecuentemente, de nuestra humanidad? ¿Qué genera una sencilla imagen que tantos y tantas hagan filas para solo contemplarla, poner sus manos en sus pies, besar su figura, levantar sus bastones de enfermos, poner en intención sus más profundos deseos y súplicas?
En primer lugar, decir algo sobre la importancia de vincularnos con la imagen. Somos hijos de sociedades y culturas altamente estéticas. La palabra estética, “sensibilidad” en griego, nos señala que la vinculación que establecemos con la realidad pasa – necesariamente – por las mediaciones sensibles. El cuerpo es aquél vehículo por el cual somos seres humanos. No hay cuerpo desvinculado con el mundo. El mundo es un espacio de sensaciones, de tactos, aromas, formas, colores. El cuerpo es la suma del mundo y de otros mundos. Y, en el cristianismo, lo estético tiene una centralidad fundamental en razón de que el Verbo, Jesucristo, se hizo ser humano, se hizo experiencia estética. San Pablo define a Jesucristo como “la imagen visible del Dios invisible” (Col 1,15). Llegamos a Dios gracias a la imagen. Las imágenes son un espacio para recordar el amor con el que Dios nos amó primero (Cf. 1 Jn 4). La imagen de María en su título de Fátima es un espacio sacramental (la gracia de Dios se comunica en la imagen y en la oración comunitaria) y por ello podemos acercarnos a Dios a través de su forma.
En segundo lugar, lo llamativo que resulta que en medio de la crisis las comunidades que han recibido a la Virgen se han llenado de fieles. Personalmente me correspondió cantar la Misa del 04 de Octubre en la Catedral de Rancagua. Nunca había visto tanta gente congregada en la Misa de mediodía un día de semana. Comenté con varios amigos y familiares que la fe de estas personas es lo que mantiene la vitalidad de la Iglesia. Recuerdo que San Pablo a lo largo de sus cartas indica que la Iglesia es una comunidad carismática, una familia dinamizada por el Espíritu de Jesús, un Templo consagrado a Dios, un cuerpo llamado a la vida nueva de la gracia. María es la mujer que congrega a los hijos del Hijo. María nos recuerda cuál es el sentido del sentido: al final mi inmaculado corazón triunfará. Ese corazón puro y totalmente consagrado lo es en razón de que Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo de la humanidad gracias a la humanidad de María es el todo Santo, el todo bondad, el todo Sentido. Mirar a María es mirar al Hijo de Dios.
Finalmente pienso en cuáles son los desafíos que la visita de Fátima le debe dejar a Chile. Si luego de su visita continuamos viviendo como si ella, no solo la imagen sino María, o Jesucristo, o lo sagrado no existiera, toda la visita habrá perdido el sentido. Vivir la fe tampoco puede pasar por una actitud supersticiosa de creer que es la imagen física – o su réplica – la que salva. No. Es Dios a través de María el que nos concede la gracia. La imagen sigue siendo una mediación, un medio para llegar a encontrarnos con Dios. Eso también exige comprender cómo el acontecimiento de Fátima responde a las grandes preguntas por el sentido de lo humano, de las prácticas cotidianas, de las búsquedas permanentes para iluminar la vida.
¡María de Fátima: haznos una Iglesia al estilo de Jesús!
Juan Pablo Espinosa Arce
Teólogo (Académico Facultad de Teología UC/U. Alberto Hurtado)