Actualidad Diocesana

“La justicia y la paz se besarán” (salmo 85,11)

Miércoles 23 de Octubre del 2019
Mensaje de monseñor Fernando Ramos por la situación que vive el país y la región.

En medio de las masivas manifestaciones y el descontento social de nuestro país y también en nuestra región, que están y seguirán siendo profundamente analizadas por los distintos actores sociales y políticos, quisiera expresar mi cercanía a todo el pueblo de Dios que peregrina en nuestra diócesis de Rancagua, manifestando mi dolor y tristeza, así como también mi esperanza en que el Dios de la vida siempre se manifiesta benévolo con su tierra.

Me dirijo a ustedes no porque la gente se haya manifestado, la gran mayoría de forma pacífica, haciendo presente sus angustias, dolores y legítimas aspiraciones, sino porque pareciera que el camino del diálogo y del entendimiento se ha quebrado en nuestra sociedad. Algo ocurre en nuestro país que cada cierto tiempo tenemos que vivir un estallido social para buscar las soluciones a las necesidades y anhelos que tensionan nuestra sociedad.

Son millones los chilenos que quieren ser escuchados, por las distintas inequidades que experimentan. Y cada uno tiene todo el derecho de manifestar su disconformidad, su punto de vista o simplemente hacer ver el sufrimiento que vive por no recibir los apoyos o auxilios necesarios, o expresar su molestia por las múltiples expresiones de abuso que se han constatado en nuestro país, tanto en la sociedad civil como también en la misma Iglesia.

Lamentamos que hayan ocurrido múltiples hechos de violencia en estos días. La destrucción, el vandalismo, los robos, la agresividad física, el amedrentamiento o la represión que vulnera los derechos humanos no son el camino para resolver esta grave crisis que estamos viviendo. No aceptar la dignidad de persona humana que tiene el otro, es caminar por el desfiladero de nuestra propia destrucción. Por el contrario, reconocerse como miembros de la misma fraternidad humana nos lleva a la posibilidad del entendimiento. Chile tiene vocación de entendimiento, no de enfrentamiento.

Desde esta perspectiva, no podemos ser ambiguos. Debemos rechazar la violencia de todo tipo, venga de donde venga. La violencia lo único que produce es más violencia, con un daño muchas veces irreparable.

Durante estos días en que nuestra región ha estado en Estado de Emergencia, me he contactado con casi todos los párrocos de las distintas parroquias de la Diócesis de Rancagua. Ha habido manifestaciones y disturbios en casi todos los lugares. Mucha gente quiere expresar su malestar, pero también mucha gente ve con estupor la destrucción y siente temor. 

 

 

Nuestra misión cristiana

Ante esta situación, nos hemos de preguntar como discípulos misioneros de Jesucristo ¿cuál es nuestra misión en la hora presente? ¿a qué nos llama el Señor de la vida? 

El salmo 85,2.11 nos dice: “Señor, fuiste benévolo con tu tierra … la justicia y la paz se besarán”. Y después el mismo Jesús nos enseña en el Sermón del Monte que somos sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). 

El primer llamado es a comprometernos por la paz, una paz que se basa en la justicia y que llega a todos. Lo ha dicho el Papa Francisco: “hoy se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción” (Papa Francisco. Conferencia Internacional de Paz, Egipto, 2017).

Jesús nos pide además ser sal de la tierra y luz del mundo. En ese sentido, vivir un cristianismo a medias, a la medida de cada uno y de cada situación, nos hace insípidos como cristianos. Eso es meter bajo el cajón la luz de Cristo que recibimos en el bautismo.

Debemos dar testimonio en cada realidad temporal en que estemos y ser allí “misioneros con los gestos y las palabras y, dondequiera que trabajemos y vivamos seremos signos del amor de Dios, testigos creíbles de la presencia amorosa de Cristo” (San Juan Pablo II).

Para ser coherentes en esta misión, nos hemos de comprometer decididamente en la oración. A través de ella no solamente pedimos a Dios que nos bendiga con un bien, sino también entramos en una más amplia sintonía con su voluntad, con el estilo de Jesús y con los dones del Espíritu Santo. La justicia y la paz son fruto de la acción del Espíritu en medio de nosotros, en la medida que nosotros mismos nos hagamos receptivos de estos dones. La oración, tanto personal como comunitaria, es un medio eficaz de compromiso ante las urgencias de la hora presente.

El llamado que quisiera hacer a todas nuestras comunidades de la diócesis de Rancagua es a vivir nuestra fe con esperanza y fortaleza, y así ser en nuestra vida de cada día coherentes con nuestra identidad de discípulos misioneros de Jesucristo, de manera que podamos ser lo que Jesús nos llama a ser: sal de la tierra y luz del mundo, ser constructores de la paz.

Los invito a que en todas nuestras comunidades se multipliquen momentos de oración por la justicia y la paz en Chile. A que, en cada Eucaristía, o en otros momentos, pidamos al Señor de la Vida que nos regale el don de la concordia entre nosotros para construir una nación de hermanos. A que nos organicemos también para reflexionar juntos en comunidad como podemos contribuir de manera sencilla en lo que nuestra sociedad necesita para crecer en equidad y concordia.

De ese modo, al modo de Jesús, la situación de nuestro país mejorará, habrá más equidad, más justicia, más amor y paz en la sociedad. Les comparto la plegaria simple de San Francisco de Asís para que la podamos rezar personal y comunitariamente. Es una oración que pide el don de la paz, pero también suscita e incentiva el compromiso personal por ella.

 

 

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:

donde haya odio, ponga yo amor,

donde haya ofensa, ponga yo perdón,

donde haya discordia, ponga yo unión,

donde haya error, ponga yo verdad,

donde haya duda, ponga yo la fe,

donde haya desesperación ponga yo esperanza,

donde haya tinieblas, ponga yo luz,

donde haya tristeza, ponga yo alegría.

Oh Maestro,

que no busque yo tanto ser consolado como consolar,

ser comprendido como comprender,

ser amado como amar.

Porque dando se recibe,

olvidando se encuentra,

perdonando se es perdonado,

y muriendo se resucita a la vida eterna.

Amén

 

Oremos para que así sea.

 

 

 

+ Fernando Ramos Pérez

Administrador Apostólico de Rancagua

 

Rancagua, 22 de octubre de 2019.