La ceremonia de bendición de la primera piedra, realizada en un ambiente de oración, alegría y profunda fe, marca el comienzo de un proyecto que nace del corazón de la Iglesia diocesana y que promete ser un espacio de resurrección, sanación interior y conversión de vida.
Un centro de transformación espiritual y humana
Cuando entre en funcionamiento, la Granja de Misericordia tendrá la capacidad de acoger a 50 personas en proceso de rehabilitación, quienes vivirán un camino estructurado de tres años basado en un modelo cristiano probado: la Cristoterapia.
Inspirado en comunidades terapéuticas de fuerte raíz cristiana, este método propone un acompañamiento integral desde la fe, y se sostiene sobre tres pilares fundamentales:
Este modelo ya ha sido implementado con éxito en otras realidades fuera del país, y hoy, gracias a la Fundación Granja de Misericordia, se concreta en la región de O’Higgins como una respuesta concreta de la Iglesia a las heridas del alma contemporánea.
Jesús Eucaristía, centro de la obra
Uno de los momentos más conmovedores de la jornada fue la procesión y entronización del Santísimo Sacramento en la capilla del lugar, ubicada en la casa de la familia Avilés, quienes han sido llamados a liderar este proyecto desde sus inicios. El gesto litúrgico de colocar a Jesús Sacramentado en el corazón del futuro centro expresa con fuerza que esta no es solo una obra humana, sino profundamente espiritual: Cristo será el alma y motor de la Granja de Misericordia.
Con humildad y confianza, Monseñor Vera expresó su esperanza en que este proyecto crezca bajo el amparo del Espíritu Santo: “Confiamos en que el Señor que ha comenzado esta obra la llevará a plenitud”. Las palabras del obispo reflejan el deseo de toda la comunidad eclesial: que muchos hombres puedan, al igual que el hijo pródigo del Evangelio, volver a la vida y ser reencontrados (cf. Lc 15,24).
Una Iglesia en salida, al servicio de los más frágiles
La Granja de Misericordia representa también una expresión concreta del llamado del Papa Francisco a ser una Iglesia en salida, que va al encuentro de los que sufren y que extiende la mano sin juzgar, movida por la compasión y la misericordia del Buen Samaritano.
Desde ya, la Diócesis de Rancagua invita a toda la comunidad a unirse en oración, apoyo material y acompañamiento espiritual para que esta obra pueda crecer y dar frutos abundantes. Con la mirada puesta en Cristo, piedra angular y redentor, comienza esta historia de fe, lucha y esperanza.