Actualidad Diocesana

El espíritu de servicio de los diáconos

Lunes 06 de Agosto del 2012
El 5 de agosto, los 44 diáconos de la diócesis de Rancagua se reunieron en Pelequén para celebrar su día, junto al obispo de Rancagua, monseñor Alejandro Goic Karmelic; y el asesor de esta pastoral, el obispo emérito, monseñor Miguel Caviedes.

De una forma muy particular Luis Rubio González se inicio en el diaconado. Cuenta que un día de 1996, el párroco de Las Cabras, padre Oscar Zúñiga, le hizo una invitación: “Luchito acompáñeme a Pelequén a una actividad y si le gusta se queda”. En ese momento se estaba iniciando un curso de formación de diáconos, dirigida por el padre Luis Riquelme.

Desde ese día han pasado 16 años y Luis está más feliz que nunca por esa invitación y su decisión de haber continuado. El es uno de los 44 diáconos de la Diócesis de Rancagua, que el 5 de agosto celebraron su día en Pelequén y que diariamente apoyan la labor de los sacerdotes, especialmente en los bautizos y matrimonios, además de muchas otras funciones que cada uno, según su espiritualidad y carisma, va desarrollando.

Luis, por ejemplo, ha enfocado su diaconado a los enfermos. Cuenta que su madre siempre visitó a los enfermos y ella antes de morir le pidió que no dejara esa labor. En ese momento, “yo estaba en el curso de formación y le prometí que la continuaría” Luis además de visitar a los enfermos y asistir al padre en la entrega de los sacramentos, va al velorio y realiza la Liturgia de la Esperanza con la familia.

Relata que, además, ha retomado la novena de los difuntos que por algún tiempo estuvo un poco dejada de lado. Esta consiste en que una vez que la persona fallece, la familia reza la novena de las ánimas por nueve días y el último voy y rezamos la oración de Esperanza, para concluir luego con un compartir. Esta es una forma de cerrar el ciclo para la familia”.

Además, este diácono dedica semanalmente un día a la Adoración del Santísimo con su grupo de oración, con el cual se reúne todos los jueves, sea invierno o verano, alrededor de las 19:00 horas en adelante. También es parte del Tribunal Eclesiástico de la diócesis y cuando se requiere apoya al padre Omar Canales de Peralillo, que no tiene diácono.

Todo esto, además, de estar encargado de la formación de los prematrimonial de Las Cabras. Reconoce que “hay harta actividad que hacer”, pero él la afronta con entusiasmo y entrega, porque “lo más gratificante de ser diácono es hacer la voluntad de Dios, ser un verdadero hijo del Señor, a través del servicio a los enfermos, o cuando una familia queda feliz después de su matrimonio, cuando las personas se dan cuenta que Dios estuvo con ellos, a través del diácono como instrumento, eso es gratificante”.

El llamado del Señor

Luis confiesa que él nunca fue una persona de misa todos los domingos, ni tan devoto, por eso cuando sintió este fuerte llamado de servir al Señor a través del diaconado, para él fue una verdadera conversión. “Yo sentí que el Señor quería algo más de mí. Yo lo atribuyo a mi mamá, ella era una persona muy devota y rezaba mucho por mí, porque de mis once hermanos -de los cuales diez están vivos, mi hermana mayor falleció muy chica, yo no alcancé a conocerla- yo era el más débil. Ella siempre rezo por mí”.

Esa ayuda de su madre, se unió a una serie de habilidades que han acompañado siempre ha Luis: “soy músico, folclorista y animador, entonces siempre he tenido buena llegada con la gente, lo cual me ha facilitado mucho mi diaconado”, enfatiza.

Además, Luis Rubio es profesor de formación y actualmente se desempeña, por un segundo  período- como director de la Escuela Maestro Jorge López Osorio de Las Cabras. Una labor donde también ha impregnado su espíritu de servicio, creando en el establecimiento un taller de valores; y todos los lunes se reza. Mis alumnos salen con un mochila de valores del colegio, y rezamos mucho para que no los pierdan cuando salen”.

Diácono a tiempo completo

Luis es director de una escuela, tiene esposa y tres hijos y es diácono tiempo completo, porque su entrega no concluye cuando llega a su hogar. Su familia también vive esta pasión por el Señor junto con él, pese a que cuenta que “mi esposa no me puede acompañar a todas partes como ocurre con algunos diáconos, y es que nosotros tenemos una hija, Clarita  Amelia, de 10 años, pero mi señora Clara Arellano Alarcón ha sido fundamental en todo este proceso. Ella sabe que cuando yo no estoy el Señor envía un ángel a cuidarlas”, enfatiza. Agrega que “mi esposa sabía que el diaconado requeriría mucho tiempo, pero ella estuvo de acuerdo –para que un diácono se puede ordenar debe existir la aprobación de la esposa-, porque ella sabe que  Dios siempre nos acompaña: tengo hijos sanos, inteligentes, y tuve el privilegio de bautizar a mi hija menor, cosa que no muchos pueden contar”, relata orgulloso.

El sabe que su familia vive su diaconado, a través del espíritu de servicio y entrega: “mi hijo mayor, Luis Guillermo, ayudó a formar la Pastoral Juvenil en la Universidad Católica de Valparaíso; el menor, Marquito, es bombero y ellos trabajaron mucho para en el terremoto; y mi señora, aunque no puede trabajar mucho en la pastoral, es bibliotecaria y ahí realiza su entrega. Además, tengo un hermano que también es diácono Miguel Ángel Rubio González y podríamos haber sido tres, pero uno se arrepintió”,

Es que el diaconado no es un trabajo con horarios, es el amor al Señor, expresada en la vocación de servicio, en la entrega a los demás. 

 La falta de vocaciones

Si bien, Luis Rubio considera que las vocaciones en el diaconado han aumentado en el último tiempo, todavía son escasas; “necesitamos más diáconos, pero primero necesitamos más sacerdotes, porque ellos son los que celebran la Eucaristía que es lo más importante y sin ellos no las tendríamos; después necesitamos más diáconos, porque hay comunidades en nuestra diócesis que no tienen, por ejemplo, Pichidegua y El Manzano”.

Según Luis lo ideal sería que en cada parroquia hubiese dos diáconos, aunque lo “primero es tener a lo menos uno por cada una, porque el sacerdote solo no puede hacer todo”. 

Para este diácono la falta de vocaciones no tiene que ver con los hechos sucedidos en la Iglesia, si no que con la formación en la casa. “Ya no criamos como nuestros padres, hemos perdido la responsabilidad de criar a los hijos. Además, la tecnología ha influido malamente: mientras estamos predicando por un Dios vivo, en la televisión están diciendo lo contrario”

Pero, además, la gente dice “se cayó la Iglesia –el enfatiza- la Iglesia no se ha caído, los templos se cayeron para el terremoto, pero la Iglesia está más viva que nunca. Hay que hacer oración para que hayan más vocaciones, hay que hacer creer a las personas en el Señor no en las personas, hay gente que dice no voy a misa porque no me gusta el cura o el diácono, y uno va a misa por el Señor no por la persona que la realiza”, aclara.

Recalca que “La fe mueve montaña, con una buena oración uno puede transformar cosas. A veces estoy cansado, pero después de rezarle al Santísimo me renuevo”.